jueves, 19 de septiembre de 1991

20 - Cerca del fin.

Todo tiene que ver con todo.
Eso pensaba anoche, mientras fumaba mi cuarto cigarrillo del último mes. 
Miraba a Lola dormir, y no dejaba de pensar que todo tiene que ver con todo. Sus piernas se reconocían bajo las sábanas. Sus pies asomaban desnudos, huesudos. Y su sueño era tan profundo, que cada tanto, ella fruncía el entrecejo y balbuceaba alguna palabra al pasar. Vaya uno a saber por qué lugares andaba. Y yo no dejaba de mirarla. Hasta su baba cayendo por la comisura del labio me resultaba atractiva. Seguramente le va a dar mucha vergüenza cuando se entere, y voy a poder ver ese rubor suave dibujado bajo sus pecas. 
Todo tiene que ver con todo.
Pensando en que mañana tenía mi primer encuentro con el fiscal que investiga la muerte de Matías, había dado vueltas en la cama desde hacía un par de horas. No sabía realmente qué podía llegar a decirle a este tipo para que creyera que mis sospechas eran firmes.
Finalmente me levanté un fui a sacar un cigarrillo de la cartera de Lola. Casi sin querer, reconocí allí dentro no sólo el atado de Marlboro, sino también una bolsita con una piedra de marihuana, un carefree, unas pastillas de mentol y una cajita de forros.
Habla muy bien de ella que tenga una cajita de forros.
Yo suelo tener los míos a mano, pero que una chica lleve los suyos no deja de ser algo bastante tranquilizador.
Aunque sabía que en algún momento, ese detalle iba a comenzar a molestarme. Supe desde la primera vez que la besé, que las cosas se complicarían. Mientras nuestras lenguas jugueteaban, mi mente decía "esta te va a hacer pelota, Morel... vos sabés que esta mina te va a hacer pelota, y parece que no te importa".
Y sigo pensando que finalmente, ella me va a hacer pelota.
Sólo trato de asegurarme que nunca se llegue a dar cuenta.
Sin embargo, los forros pueden ayudar en muchos momentos.
Sino, miremos a Isabel y su hijo. ¿Quién es el padre? Nadie lo sabe. Nadie reclamó nada. Matías no tenía papá.
La abuela de Matías dejó entrever que su hija era puta. No sé si se refería a que la chica era una profesional, o simplemente que era medio putita. Pero fue clara la referencia que hizo cuando me preguntó por la madre de mi hijo. ¿Por qué meterla ahí? ¿Por qué meterme a mí como padre, si Matías no tenía padre? Obviamente, porque el papá de Matías fue algún cliente de Isabel.
¿Y eso qué tenía que ver con la muerte de ambos?
Todo tiene que ver con todo.
La vieja me quería dar a entender cosas que no terminaba de decir. Me quería guiar sin ensuciarse las manos. Como si no hubiera sido su hija la que apareció tirada en un callejón de la villa,  con la panza llena de pastillas y la nariz empolvada con pasta base.
En otras condiciones, me hubiera espantado una mujer tan fría. Parecía que hubiera perdido en la quiniela, no que hubiera perdido a una hija y un nieto.
Por otra parte, la vida que lleva hace que casi nada tenga demasiado valor. Es difícil de entender esto para los que pagamos el seguro todos los meses e igual le sacamos la tapa del stereo al auto.
Pero para muchísima gente la vida no vale nada. No son ni siquiera pobres.
No puedo dejar de pensar. No puedo dejar de pensar mal.
Y todos mis malos pensamientos me llevan a la caja de forros.
Capaz, si Isabel hubiera tenido una caja de forros, todo esto no hubiera pasado. Pero no.
Ella sabía que podía quedar embarazada. Y cuando  pasó, también sabía que su hijo no tendría padre. ¿Para qué ir a buscarlo? La vida del chico no iba a ser mucho mejor. Si ese flaco nunca iba a aceptar que la había dejado embarazada, y de hecho, nada ganaría con comprobarlo. La vida de Matías no valdría ni dos mangos con un padre como ese. Un boludo que tiene amigos en zona norte, y que viene de vez en cuando para mojar la chaucha. Un muerto de hambre que te negoció hasta el último centavo para cogerte. ¿Para qué querés enganchar a un tipo así? Mejor, callate y seguí Isabel. Tené al bebe y después se verá.
Pero claro, cuatro años después lo ves otra vez por la zona. Lo ves de casualidad, mientras vas a tomar el tren para ir a trabajar al centro. Porque ya no sos tan puta como antes.
Y lo reconocés enseguida, Isabel.  Porque es igual a tu hijo. Porque siempre que mirás a Matías, ves la cara del padre.
Pero el tipo no es el mismo poligrillo que era antes.
Tiene el pelo más corto que antes. Se viste mejor.
Y maneja un BMW.