martes, 15 de febrero de 2011

Capítulo 10

El olor a cadáver apesta. Especialmente cuando se mezcla con el rancio de aroma de las flores secas, la pestilencia de las cenizas y la humedad de alguna gotera que recorre los nichos como venas abiertas y muertas. Sin embargo, aún recordaba otro aroma. Un aroma agradable y reconocible, que llegué a sentir segundos antes de caer desmayado.
Era lo único que recordaba
Me levanté con cuidado. El dolor de cabeza me retumbaba hasta hacerme perder el equilibrio.
Aún resonaba  el golpe de la pala, como si mi cabeza fuese un gran campanario a medianoche.
Me sostuve con la pared, y cuando me sentí seguro, me dediqué a prender algunas de las velas apagadas que estaban por toda la bóveda.
Por alguna razón me habían encerrado allí.
Cuando se hizo la luz, hice un paneo general con mis ojos.
Había tres cajones en la planta en que me encontraba.
Más atrás, una escalera nacía en el suelo y llevaba hacia unos cuantos cajones más. "Escalera al infierno.
Buen dato: una escalera al infierno, justamente en un pueblo llamado Scala Coeli*.

Dos de los cajones principales pertenecían a una pareja muerta en 1848. Ambos el mismo día.
Antonio y Rebecca Ravazzano.
Rebecca. Extraño nombre para una italiana.
El tercer cajón era pequeño. Quizás de un niño.
Fabrizio Ravazzano. Muerto en 1855. Sin dudas, hijo de Antonio y Rebecca.
Las placas conmemorativas apenas podían leerse. A Fabrizio lo saludaban su abuelo, sus tíos y su hermano.
A sus padres, nadie.

Bajé por la escalera y fui recorriendo una a una el resto de los cajones. Era como un viaje por el árbol genealógico de los Ravazzano. O, más bien, por sus raíces. Marco 1860, Anna di Marco 1863, Pietro 1882, Renata 1885, Francesca 25/12/1899, Antonella 25/12/1899, Giuliana 25/12/1899...  los siguientes tres  cajones eran pequeños Pietro, Carlo y Gianni Ravazzano... 25/12/1899.
No había dedicatoria, no había saludos, no había placas recordatorias.
No había nada. Toda la estirpe Ravazzano había quedado allí.

Antes de llegar a este pueblo, hubiera pensado que esta familia tuvo mucha mala suerte. Quizás, un accidente, quizás una perdida de gas, quizás alguna comida navideña en mal estado...
Pero la circunstancia decía que  alguien me había pegado en la cabeza para dejarme dentro de esta bóveda. Y ese alguien quería que yo viera todo aquello.

Sólo para sacarme la duda, decidí tomar coraje y abrir uno de los cajones.
Luego de luchar pacientemente con las llaves atornilladas logré aflojar la tapa lo suficiente como para subirme a ella y tirar de la madera reblandecida.
No me costó mucho quebrar la parte de arriba de la tapa, y así quedar frente a frente con el cráneo de Francesca Ravazzano. Quedaban apenas algunos jirones de piel seca cubriendo parte de sus pómulos. Pero lo que más resaltaba eran los dos agujeros perfectamente redondos que lucía en su frente.

Levanté con cuidado la cabeza de la pobre Francesca hasta separarla del cuerpo casi sin esfuerzo. La sacudí y -tal como esperaba- sentí el inconfundible tintineo metálico que golpeaba en los huesos.
La di vuelta para sacar por los ojos aquellos dos casquillos de bala calibre 22.

Sin dudas encontraría lo mismo en el resto de los cuerpos.
En la navidad de 1899, alguien había masacrado a toda la familia Ravazzano.




*Scala Coeli significa escalera al cielo en un antiguo dialecto italiano.

sábado, 5 de febrero de 2011

Capítulo 9

Era bastante esperable que ocurriera esto.

Llegué a mi cita en el cementerio, puntualmente.
El sereno de la entrada me detuvo, alegando que el establecimiento ya había cerrado.
Pero me permitió pasar cuando le dije que iba a la tumba número 44.
Ya en ese momento, sospeché que las cosas no terminarían bien. Pero no me detuve: sabía que tenía que ir en busca de eso, para saber lo que pasaba en este pueblo, sea lo que fuere.
Prefería morir antes que quedarme con la duda.
Sospecho que esa fue siempre mi gran debilidad: querer saber. O, más aún, necesitar saber. Necesito saber aunque me haga mal. Aunque no sea necesario. Aunque no me importe. Quien necesita saber está mucho más expuesto de lo que parece.
Expuesto a todo. Por ejemplo, expuesto a un golpe en la cabeza con una pala, antes de llegar a la tumba número 44. Expuesto a aparecer dentro de un lugar oscuro y húmedo que resulto ser una bóveda.
Una bóveda cerrada con una cadena enorme y un gran candado.