sábado, 27 de julio de 2002

9

Armamos todo en el piso. La copa, las letras, todo. Apoyamos los deditos, y seguimos al pie de la letra todos los pasos que habíamos leído por internet. Una verdadera pavada. Nunca pensé que esto podía servir para algo.
La copa no se movió ni un milímetro. Preguntamos varias veces nombre, apellido... todo. Pero no se movía. Parecía una mierda.
Pero...
Nos alejamos, nos fuimos a los sillones, tomamos vino. Nos empezamos a relajar, a reir, a besar, a apasionar. Y de pronto, cuando estábamos en pleno beso, un ruidito. Un ruidito muy muy suave. Un chirrido mínimo, como el de una copa arastrada por el piso. Pero... si se movió, fue sólo medio centímetro. Nada. Pero nuestras bocas quedaron congeladas. Abrimos los ojos, y quedamos mirándonos, todavía con los labios pegados uno al otro. Y quietos.
No dijimos nada.
Giramos las cabezas hacia la copa tan despacio, como si tuviéramos tortícolis.
Estaba ahí, quietita.
Me levanté y fui a la copa. Marina vino conmigo. Los dos despacito, no queríamos ni respirar.
Seguíamos sin haber dicho nada. Pero, nada de nada de nada.
Apoyamos el dedo en la copa.
Yo no podía hablar. Ella tampoco, pero en un momento lo intentó. Tartamudeó un "como..."
y no terminó de decir la frase, que la copa se empezó a mover de un lado al otro, recorriendo letras.
M-A-T-I-A-S