sábado, 6 de octubre de 1990

21 - Anteúltimo capítulo.

El fiscal Arturo Barrenechea investigó la muerte de Matías. Él fue quien investigó el lugar donde apareció el cuerpo, y quien dejó el caso prácticamente cerrado al no aparecer ni testigos, ni denunciantes, ni pruebas, ni nada de nada.
Lleva unos bigotes entrecanos teñidos de amarillo en los bordes más cercanos al labio. Clara identificación de un fumador. El hombre debe estar cerca de la jubilación. Y sinceramente, no muestra muchas ganas de colaborar en un asunto que él debía dar por cerrado. Lee atentamente la documentación que le pasé, hoja por hoja. Cada tanto me espía por sobre el marco de sus anteojos. Sus manos arrugadas son casi perfectas, si no fuera por un solo detalle:
le falta un dedo de la mano izquierda. El anular. Es raro:  nadie pierde en un accidente el dedo anular, sin que el resto de los dedos sufra consecuencias.  El meñique es el más expuesto, en menor medida el pulgar y el índice son candidatos a sufrir accidentes. Pero, ¿el anular de la mano izquierda? Al notar que lo miraba, comentó sin quitar la vista de las hojas: 
-Me lo corté yo mismo después de separarme. Fue la única forma de sacarme el anillo. 
Su voz cortó el silencio con la dulzura de un cuchillo oxidado. Me miró por sobre el marco y dibujó una sonrisa con sus ojos. 
Creo que nunca sabré si me lo dijo en broma o no. 
Nunca lo sabré. 

Después de un rato, dejó los documentos de la póliza de seguros a nombre de -ya es hora de nombrarlo. Facundo Segovia, 33 años, soltero, dueño de un BMW Z4.
Barrenechea sacó un pañuelo de tela  del bolsillo y comenzó a limpiar los vidrios de sus anteojos. Hasta ese momento, todo nuestro contacto fue un apretón de manos y un "mucho gusto". Luego se sentó y leyó de punta a punta mi informe sobre la aparición del auto sin decir una palabra.
El fiscal se colocó los anteojos nuevamente, cruzó las manos, me miró, y continuó una charla que nunca habíamos tenido:
- ...y entonces,  usted dice que este tal Segovia atropelló a Matías, escondió el auto, y lo hizo pasar por robado...
-Sí. Con el apoyo de la policía de la provincia.
-Ajá... ¿Y por qué el auto no apareció chocado?
-Tuvo tiempo de hacerlo arreglar y limpiarlo. Si usted manda a hacer un peritaje, podría comprobar que el auto tiene hecha chapa y pintura.
Barrenechea me miró con desprecio. Su mirada decía: "no es ilegal arreglar un auto, boludo". En ese momento tuve grandes ganas de irme. Comencé a notar que no tenía un caso. Que no tenía más que la seguridad de lo que había ocurrido. Y no podía decirle todo sin quedar como un loco.
Otro fiscal me hubiera palmeado la espalda, diciéndome: "no se preocupe, voy a investigar hasta las últimas consecuencias", y luego me hubiera mandado a freir churros. Pero por alguna razón que en ese momento no entendía, Barrenechea parecía interesado.

-Y digame, Morel: el nene apareció a varios kilómetros de ahí. ¿Por qué cree usted que Segovia se lo cargó en el auto? ¿Lo iba a llevar a un hospital?

Acá venía la parte más complicada. La parte más difícil de explicar. Mantuve unos segundos de silencio, y arremetí con toda mi teoría. Hablé sin mirar a Barrenechea, que contra todas las leyes nacionales, se prendió un cigarrillo y se quedó impávido escuchando mi discurso:

-Hacía varios años, Facundo Segovia no tenía un mango. Hacía algunos laburos en la villa para la policía, y de vez en cuando se cogía a Isabel, la mamá de Matías. Un día Isabel queda embarazada, pero nunca se lo confiesa a Facundo. No se vuelven a ver. Pero un día, Isabel lo ve a Facundo por la calle. Ella sale de la villa a trabajar, él maneja su BMW. Ella quiere aprovecharse de esto, y le blanquea el asunto: macho, Matías es tu hijo, y ahora que tenés plata, me tenés que mantener. Él le tira unos mangos. Pero ella insiste y le exige más. O, capaz... habla con alguno de los abogados caranchos que revolotean por la villa. Pero ningún carancho se va a meter contra Facundo, que tiene amigos en la cana. La cosa es que Facundo se entera. Se pone loco. La va a buscar para hablar.  Discuten. Él la aprieta mal. Ella lo desafía. Él se pone loco. Ella lo sigue acosando. Ella le dice que vaya a ver al nene, que es igual a él. El, hecho un demonio, va hecho una furia a buscar al nene, que está cartoneando con la abuela. Odia a ese nene. Ese nene le está cagando el futuro. Llega tan loco, que lo ve al nene jugando en la calle y lo pisa . O capaz lo atropelló sin querer, sólo por los nervios. Como sea, agarró al nene se lo cargó en el auto y salió. Nadie lo había visto. Llamó a sus canas amigos, que fueron a ayudarlo. Recién ahí ven que el nene está muerto. O capaz, lo terminan de matar ellos. Comos sea, los canas meten el cuerpito en el baúl y le dan una dirección de Zona Sur para que esconda el auto. Le dicen que, por las dudas -si es que alguien vió algo- llame al seguro y denuncie que se lo robaron tres horas antes en Zona Sur. Total, ellos pueden después meter a algún perejil como sospechoso. Después se verá. Ahora el problema es Isabel: si se entera que Matías está muerto, se pudre todo. Facundo queda hasta las manos. La cana queda expuesta. Por las dudas, cortemos todo de cuajo: van a buscar a Isabel en un auto sin marcas. Se la cargan, la esposan, le llenan la boca de pastillas... se las meten hasta por el culo, y la dejan morir junto a ellos.
Luego, vas a buscar el cuerpo de Matías, lo tiran en un baldío de Zona Sur, y horas después tiran a Isabel en uno de los corredores de La Cava. Nadie investiga nada. Nadie sabe nada. Todo queda entre amigos. Y aunque la madre de Isabel sabía lo que su hija planeaba hacerle a Facundo y sospecha que hubo alguna matufia rara,  no abre la boca porque sabe que tiene que cuidar al resto de sus hijos. El auto queda escondido. No hubo denuncia por accidentes... pero mejor no hacerlo aparecer, por las dudas. Mejor arreglarlo, limpiarlo y dejarlo ahí un tiempo. Un BMW Z4 es un costo muy bajo a cambio de dos muertos. Si usted pidiera un ADN, podría comprobar que Matías era hijo de Facundo. De hecho, si le toma declaración a la madre de la chica y abuela del nene... va a sacar muchas cosas en claro. 

Barrenechea no se perdió un solo detalle de todo lo que dije. No me interrumpió, y me dejó terminar.
Luego, dejó un largo silencio, observándome detenidamente. Encendió otro cigarrillo. Y siguió en silencio, pensando, reflexionando.
Y yo sabía que otro fiscal me hubiera pedido una prueba. Me hubiera tratado de loco. Me hubiera echado. Pero él sólo pensaba. Ni siquiera me preguntó por qué, cómo, de qué forma podía yo saber todo eso.
Finalmente, se paró. Lo seguí con la vista, mientras caminaba por su oficina. Fue hasta un archivero, y volvió con una carpeta. Me la tiró encima.

-Mire un poco:  esta una investigación sobre Facundo Segovia. Es un buchón profesional, entre otras cosas. Estuvo involucrado en el triple crimen de General Rodríguez. Tiene contactos con media policía provincial y es el contacto entre ellos y la gente más pesada de la Cava. Es un chico de barrio:  entrador,  simpático,  divertido... o sea,  un reverendo hijo de puta. No me extraña que haya matado al hijo, y sé que tampoco le temblaría el pulso si tiene que matar a la madre. 

Me quedé observando la historia de este hombre. Daba miedo. Tenía tantos contactos, que en un momento llegué a pensar que quizás el fiscal era uno de sus amigos, y yo iba a terminar el día mirando crecer las flores desde abajo. ¿Quién podría impedirlo? No tenía nada. No tenía a nadie que se interese por mi existencia. Eso no esta bien.

Barrenechea me dejó pensar, volar, divagar. Se sentó, se quedó mirándome, pensativo. Encendió otro cigarrillo.
Y al rato continuó:

-Mire, Morel... yo creo que hay algo que usted no me está diciendo. Pero lo voy a respetar, solamente porque tengo más ganas que usted de agarrar a ese hijo de puta. Vamos a hacer una cosa: voy a pedir información sobre la muerte de Isabel. Voy a tomarle declaración a la abuela de Matías. Y si todo lo que usted averiguo me cierra, voy a pedir un ADN compulsivo de Segovia, para ver si es el padre de Matías. 

Me fui del juzgado con una mezcla de miedo, paz interior y fobia. Intenté sacarme todo el asunto de encima: ya lo había derivado. Ya otra persona estaba buscando una salida. Había cumplido mi parte.
Me dispuse a vivir una vida casi normal. Me llamaron para otro caso de otra compañía de seguros. Comencé el gimnasio. Lola entraba y salía de mi casa como si fuera suya. La convivencia parecía un hecho, pero ninguno de los dos parecía hacerse cargo de el asunto.
Sin embargo, había un pequeño problema: Matías seguía llamándome y en mi casa continuaban pasando cosas fuera de lo normal.
Una tarde, muchos días después,  llegué a casa y encontré a Lola sentada en el piso de la cocina, fumando y llorando. Tenía la mirada perdida y no paraba de temblar.  Me acerqué lentamente. Me senté a su lado, sin saber qué decir.  Sin siquiera mirarme, utilizó un lenguaje ibero-argentino para decirme: 

-Si no quieres, no me digas nada... pero algo raro pasa en esta puta casa. 

Nunca supe qué era lo que había pasado. Pero no era difícil imaginarlo.

Sólo quería que todo esto termine de una vez.
Pero ayer, casi un mes después de nuestro primer encuentro, me llamó Barrenechea:


-Hablé con la abuela de Matías, y me confirmó que Isabel y Facundo habían tenido una historia hace unos años. 
-Bueno, bien... 
-Sí, muy bien... pero no es todo: Investigué sobre la muerte de Isabel, y sus sospechas eran acertadas: a la chica la mataron. Según los forenses, las muñecas tenían marcas de esposas o ataduras. Difícil suicidarse así.
-¿Entonces? ¿Fue contra Segovia?
- Sí. El tipo vino de buena gana. Se sorprendió por lo de Isabel, aceptó que la había conocido... e incluso cuando le di a entender los cargos, él mismo se ofreció a hacerse un  ADN. 
Se hizo un silencio.
-Dió negativo, Morel. Él no era el padre de Matías. Estamos como al comienzo.