jueves, 16 de junio de 2011

Capítulo 13 - Final

Mientras manejaba, yo no dejaba de mirarle las piernas. No eran largas, no tampoco lo suficientemente estilizadas. Pero aún así, lucían sensuales. Supongo que todo su cuerpo irradiaba esa sensualidad. Desde su tez aceitunada de tono mate, hasta ese pelo azabache que caía en finas hebras sobre sus hombros.

jueves, 17 de marzo de 2011

Capítulo 12

Cuando volví a la casa de huéspedes, me dijeron que tenía varios mensajes de Renata, la hermosa mujer que conocí en el avión y me llevó hasta la entrada del pueblo.
El mensaje me lo pasó la simpática dueña de casa, que con un guiño de ojos, que en cuanto me vió llegar, me puso a prueba:

-Ah, parece que el señorito pasó la noche en otro lado... ¿por dónde anduvo?

Apenas le respondí con un seco "buongiorno".

Pero ella insistió un poco más, y me alcanzándome un papel con un teléfono, me dijo:

- Una "ragazza" llamó anoche preguntando por usted... parece que se está relacionando bien...

Renata me dejaba su celular.
Hasta ayer, me había olvidado de ella.
Recordé que luego de dejarme en la entrada del pueblo, había prometido pasar a visitarme.

La llamé, y con toda su sensual voz italiana me dijo lo mucho me que había extrañado, y que quería pasar a visitarme.
Le propuse que nos encontráramos mañana en la entrada del pueblo y que fuéramos a pasear a Cosenza, la capital de la provincia.
Aparte de pasear y recibir un poco de cariño de mi italiana favorita, necesitaba confirmar algunas de mis sospechas en el registro de la propiedad.
Mis conocimientos de historia me alcanzaban para tener por seguro sólo una cosa:
en un diminuto pueblo de Italia en el año 1899, podía había sólo un buen motivo para matar a toda una familia, incluyendo a su descendencia.
La tierra.

martes, 15 de marzo de 2011

Capítulo 11


Me senté en la escalera a pensar,  con el tintineante cráneo de Francesca en mis manos. Ser o no ser. 
Traté de armar todo este rompecabezas a partir de los datos con los que contaba, mientras hacía sonar el cencerro de huesos. Traté de pensar en voz alta. 
-A ver:
Pietro y Renata habían tenido tres hijas. Y alguna de ellas -o las tres-, había tenido tres hijos naturales (los tres llevaban el apellido de la madre).
Alguien había decidido acabar con la vida de toda la estirpe en la navidad de 1899.
Alguien con la suficiente sangre fría para matar a cinco niños y suficiente el cinismo para darles a todos cristiana sepultura. 

¿Cristiana sepultura?
Y esa última frase no encajaba

Volví a mirar los cajones de las tres mujeres, para descubrir lo que sospechaba:  el de Francesca era el único que no tenía la cruz.
Y ahí me cerró todo: 
Ella era la madre de los tres chicos. 
Francesca la pecadora. 
Francesca la putana del pueblo. 
Francesca...  la madre de Cosme Viggiatore y abuela de Renzo... el tipo al que vine a buscar. 

Me dejé caer en la escalera

Y pude ver cada detalle: Cosme tenía 8 años el día de la masacre. Todos sus hermanos murieron. 
Menos él. 

Sí. 

Menos él. 
El único que no llevaba el apellido Ravazzano. El único que realmente no era hijo natural. 
Toda la historia estaba al revés, pero me iba cerrando cada vez más. 
Este pueblo esconde una historia tan oscura como esta bóveda. 


Pensar me hacía doler aún más la cabeza. Seguís sintiendo el golpe. Y ese aroma... Ese olor penetrante mezclado con las flores y los muertos. ¿Dónde lo había sentido antes?

Decidí fumar un cigarrillo antes de irme. A esta altura, a ninguno de los presentes podía llegar a hacerle mal el humo. No tenía demasiado apuro -seguramente la puerta de la bóveda estaba abierta- por lo que preferí aprovechar este momento para armar toda la estructura del caso en mi casi rota cabeza. Para eso, comencé a hilar todas los datos que fui recopilando, para armar mi argumento:

Mi encuentro con la familia Ravazzano no fue fortuito. Alguien me llevó ahí, me golpeó en la cabeza, y me dejó tirado para que yo descubriera todo. Alguien que olía de una forma en particular. Esa persona -que prefirió mantenerse en el anonimato- quería que yo me topara con los Ravazzano y encontrara a la Francesca que estaba buscando. La mujer que yo creía era Francesca Viggiat...

Y aquí es el momento en que ocurre la magia. El momento exacto en que todos los cables de mi cabeza comienzan a unirse, iluminando el camino. El momento en que recuerdo ese aroma, y ese aroma me lleva a una persona, y esa persona a otra... y entiendo quién es y por qué mataron a toda su familia, y el pueblo, y las tierras...

Y allí es cuando ya sé perfectamente qué pasó acá hace tantos años... aunque no tenga todas las pruebas.

martes, 15 de febrero de 2011

Capítulo 10

El olor a cadáver apesta. Especialmente cuando se mezcla con el rancio de aroma de las flores secas, la pestilencia de las cenizas y la humedad de alguna gotera que recorre los nichos como venas abiertas y muertas. Sin embargo, aún recordaba otro aroma. Un aroma agradable y reconocible, que llegué a sentir segundos antes de caer desmayado.
Era lo único que recordaba
Me levanté con cuidado. El dolor de cabeza me retumbaba hasta hacerme perder el equilibrio.
Aún resonaba  el golpe de la pala, como si mi cabeza fuese un gran campanario a medianoche.
Me sostuve con la pared, y cuando me sentí seguro, me dediqué a prender algunas de las velas apagadas que estaban por toda la bóveda.
Por alguna razón me habían encerrado allí.
Cuando se hizo la luz, hice un paneo general con mis ojos.
Había tres cajones en la planta en que me encontraba.
Más atrás, una escalera nacía en el suelo y llevaba hacia unos cuantos cajones más. "Escalera al infierno.
Buen dato: una escalera al infierno, justamente en un pueblo llamado Scala Coeli*.

Dos de los cajones principales pertenecían a una pareja muerta en 1848. Ambos el mismo día.
Antonio y Rebecca Ravazzano.
Rebecca. Extraño nombre para una italiana.
El tercer cajón era pequeño. Quizás de un niño.
Fabrizio Ravazzano. Muerto en 1855. Sin dudas, hijo de Antonio y Rebecca.
Las placas conmemorativas apenas podían leerse. A Fabrizio lo saludaban su abuelo, sus tíos y su hermano.
A sus padres, nadie.

Bajé por la escalera y fui recorriendo una a una el resto de los cajones. Era como un viaje por el árbol genealógico de los Ravazzano. O, más bien, por sus raíces. Marco 1860, Anna di Marco 1863, Pietro 1882, Renata 1885, Francesca 25/12/1899, Antonella 25/12/1899, Giuliana 25/12/1899...  los siguientes tres  cajones eran pequeños Pietro, Carlo y Gianni Ravazzano... 25/12/1899.
No había dedicatoria, no había saludos, no había placas recordatorias.
No había nada. Toda la estirpe Ravazzano había quedado allí.

Antes de llegar a este pueblo, hubiera pensado que esta familia tuvo mucha mala suerte. Quizás, un accidente, quizás una perdida de gas, quizás alguna comida navideña en mal estado...
Pero la circunstancia decía que  alguien me había pegado en la cabeza para dejarme dentro de esta bóveda. Y ese alguien quería que yo viera todo aquello.

Sólo para sacarme la duda, decidí tomar coraje y abrir uno de los cajones.
Luego de luchar pacientemente con las llaves atornilladas logré aflojar la tapa lo suficiente como para subirme a ella y tirar de la madera reblandecida.
No me costó mucho quebrar la parte de arriba de la tapa, y así quedar frente a frente con el cráneo de Francesca Ravazzano. Quedaban apenas algunos jirones de piel seca cubriendo parte de sus pómulos. Pero lo que más resaltaba eran los dos agujeros perfectamente redondos que lucía en su frente.

Levanté con cuidado la cabeza de la pobre Francesca hasta separarla del cuerpo casi sin esfuerzo. La sacudí y -tal como esperaba- sentí el inconfundible tintineo metálico que golpeaba en los huesos.
La di vuelta para sacar por los ojos aquellos dos casquillos de bala calibre 22.

Sin dudas encontraría lo mismo en el resto de los cuerpos.
En la navidad de 1899, alguien había masacrado a toda la familia Ravazzano.




*Scala Coeli significa escalera al cielo en un antiguo dialecto italiano.

sábado, 5 de febrero de 2011

Capítulo 9

Era bastante esperable que ocurriera esto.

Llegué a mi cita en el cementerio, puntualmente.
El sereno de la entrada me detuvo, alegando que el establecimiento ya había cerrado.
Pero me permitió pasar cuando le dije que iba a la tumba número 44.
Ya en ese momento, sospeché que las cosas no terminarían bien. Pero no me detuve: sabía que tenía que ir en busca de eso, para saber lo que pasaba en este pueblo, sea lo que fuere.
Prefería morir antes que quedarme con la duda.
Sospecho que esa fue siempre mi gran debilidad: querer saber. O, más aún, necesitar saber. Necesito saber aunque me haga mal. Aunque no sea necesario. Aunque no me importe. Quien necesita saber está mucho más expuesto de lo que parece.
Expuesto a todo. Por ejemplo, expuesto a un golpe en la cabeza con una pala, antes de llegar a la tumba número 44. Expuesto a aparecer dentro de un lugar oscuro y húmedo que resulto ser una bóveda.
Una bóveda cerrada con una cadena enorme y un gran candado.

viernes, 28 de enero de 2011

Capítulo 8


Hace un tiempo que no me enamoro. Y mucho más hace que alguien no se enamora de mí. 
Por eso, no recuerdo cuándo fue la última vez que recibí una carta escrita de puño y letra. Creo que nunca. Sólo una vez, una notable escritora con la que mantuve una relación, me dedicó varios cuentos y poemas. Aún hoy –cuando las defensas me bajan lo suficiente- los busco en Internet para leerlos y subir mi autoestima.
Por eso digo… hace mucho que no recibo una carta manuscrita.
Hoy recibí una.
Sorpresivamente, alguien quiere hablar conmigo. 
Justo ahora, que estaba pensando seriamente en dar por terminado el caso. Es muy difícil resolver algo cuando nadie quiere contártelo. Es obvio que aquí hay una confabulación tan grande como el pueblo. Y particularmente, incluso puedo sospechar qué es lo que se está escondiendo. Puedo sospechar qué pasó con Renzo... y en verdad hasta sospecho la verdadera identidad del padre abandónico de Renzo.

Es raro. Porque aquí nadie parece querer acercarse a mí. Incluso, aún sigo recordando las palabras de temor de mi amigo Viejex, cada vez que la señora del hotel me saluda por mi nombre. 
Es lo único que me dice, junto con una mirada de zorra astuta y maliciosa:
Bongiorno, Morel.
Buonasera, Morel.
Buonanotte, Morel.
Fucking, vieja puta.

La carta que recibí no era de amor. En lo más mínimo. Pero tenía algo llamativo: estaba escrito en un mal español. Y decía:

“Se algo que pueda usted querer saber de Renzo Viggiatore. Jueves a la noche 8.55, en la cementerio, tumba 44”.

Tumba 44. ¿Sería la tumba de Renzo?

sábado, 22 de enero de 2011

Capítulo 7

La hostería en que paso mis días, aquí en Scala Coeli, tiene la tristeza impregnada en el empapelado de las paredes. Es un lugar oscuro, húmedo, vacío. Repleto de fotos de antiquísimos pobladores del lugar. Seguramente, retratos de viejos familiares.
Si los fantasmas existieran –y ustedes saben que yo comprobé que existen- este lugar estaría repleto de ellos.
Aún no sentí la presencia de ninguno.
Ayer, cuando salía de mi cuarto, me crucé en el pasillo con la empleada de limpieza. Inesperadamente, me preguntó qué tal iba todo. Traté de aprovechar su interés, para mentir mi simpatía y mantener una conversació. Pero ella, muy seca, me respondió: “sólo le pregunté cómo iba todo, nada más”.
Me quedé mirándola, pero ni siquiera levantó la vista.
Mientras me iba, dije en español: “yo que vos cuidaría las respuestas”.
Y me recorrió un escalofrío cuando ella, con su voz gutural y seca, respondió por lo bajo: “e al tuo posto io sono fuori di qui” (y yo que vos me iría de aquí).




Continuación, Jueves 27

miércoles, 19 de enero de 2011

Capítulo 6


Decidí buscar respuestas fuera del pueblo. Salí por los alrededores, haciéndome pasar por un turista que perdió el micro. Logré buena comunicación con algunas personas: un viejo que vivía solo en un parador… una maestra rural… un campesino de olivos… todos me ayudaban, todos me miraban con simpatía. “Argentina, Maradona… sbuffo… drogato”. Simpáticos los boludos.
Pero inesperadamente, toda esa simpatía desaparecía en cuanto se me ocurría preguntar por un viejo amigo de la zona, de apellido Vigliatore. Literalmente, cambiaban la expresión, la cara, la actitud. Algunos miraban hacia otro lado. Otros ni siquiera me respondían, y los menos se hacían los desentendidos, y secamente respondían que nunca habían escuchado ese apellido en la zona. 
Inmediatamente, dejaban de hablarme, y me hacían el mismo vacío que la gente del pueblo. Un vacío rencoroso. 
Como si yo no existiera.
Ya a esta altura, comencé a tener la certeza de que todo el pueblo estaba confabulado para ocultar lo que le había ocurrido al padre de mi cliente. Como si hubiera un pacto de silencio sobre Viggiatore. Si me preguntan hoy a mí, sospecho que lo mataron de algún modo. Quizás, un accidente. Quizás una pelea callejera.


Son raros estos tanos. 


(Próx. Actualización, Sábado 22)

jueves, 16 de diciembre de 2010

Capítulo 5

Ayer me levanté sintiéndome en una película de terror.
Podrán decir que estoy paranoico, o que no comprendo la vida de los pueblos... pero hace semanas que estoy aquí, y la gente se la pasa mirándome. Los escucho comentar cosas a mis espaldas, sin ningún tipo de disimulo. E, incluso, me responden con evasivas a cada una de mis preguntas. La mayoría dice no entenderme bien.
No es una novedad que no soy bienvenido. Nunca lo fui.
Intenté explicar para qué vine, intenté sincerarme... hasta pagué varias rondas de grappa en el bar, intentando aflojarle la lengua a algún paisano, sin éxito. Siempre me dejan hablando solo, como si fuera un fantasma
El vacío es total.
Sólo una vez logré intercambiar unas palabras con un parroquiano que había llegado al pueblo luego de trabajar toda la temporada en el campo. Antonio era su nombre. El tipo se acercó a la barra, me saludó, y me dio charla. Hablamos del trabajo en el campo, de Italia, de Argentina, del mundial, de la siembra... del pueblo, de las familias, de los vivos, de los muertos...
Noté que el resto de los pocos clientes del bar nos miraba de reojo. Incluso el dueño,  no nos quitaba la vista de encima mientras secaba los vasos con un repasador.
Cuando la charla avanzó al terreno que yo pretendía, el dueño tiró el repasador a un costado y llamó a Antonio a la otra punta de la barra. Le dijo algo casi al oído, sin dejar de mover las manos.
Cuando Antonio volvió, simplemente me palmeó la espalda excusándose, dejó un billete y salió.

Lo volví a ver en otras ocasiones, pero actuó como si no me conociera. Y no volvió a dirigirme la palabra.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Capítulo 4

Voy a obviar todo lo que tenga que ver con el viaje. Voy a obviar que días antes de salir, Lola me dijo que quería que tomemos un poco de distancia de nuestra relación -algo que en mi idioma significa "conocí a otro tipo y no quiero tener ningún compromiso que me impida volteármelo".
Voy a obviar que viajé en Alitalia, me senté junto a una italiana cuarentona muy bonita. Voy a obviar que hablé todo el viaje con ella, y me enteré  viajaba a su país para pasar las fiestas con su padre enfermo. Voy a obviar que  la señora me besó, me dió su celular, y me contó que vive en Argentina y está casada con un uruguayo medio viejito. O mejor dicho, al revés: me contó que vive en Argentina con un uruguayo viejito, le pedí su celular y la besé.
Voy a obviar que iba a pasar la noche en un hostel del Foro Olímpico, pero terminé cenando y durmiendo en la casa que esta señora -de nombre Renata- que me dejó más que saciado.
Y definitivamente, voy a obviar todo lo que viví con ella durante casi dos semanas. En eso sí, seré absolutamente discreto.

Primero, estuve alejado, en medio de trámites, pasaporte y preparativos para iniciar este viaje. Luego, estuve alejado porque pasé dos semanas con Renata, conociendo Italia y mucho más.
Mi investigación se retrasó un poco. Y seguramente me vea obligado a pasar la navidad y el año nuevo aquí. Pero valió la pena. De todos modos, no tenía con quién pasarla en mi país.
Llegué a Scala Coeli ayer. Es un pueblo que se cae a pedazos.
Pueden googlearlo si quieren.
En las fotos que encuentren, descubrirán que nadie exageró al describirlo: este lugar debe estar exactamente igual que hace cien, doscientos o hasta trescientos años.
Las casas son viejas, las calles son viejas, la gente es vieja.
La descripción era tal cual habían dicho.
Viajé en auto con Renata por media Italia, y el viaje concluyó en la entrada de  del pueblo. Me dejó allí, y nos despedimos con la promesa de que pasaría unos días en Sicilia y volvería a visitarme. La vi alejarse y subí la colina. En el camino, recordé algo que me había dicho Renata sobre el pueblo: el nombre "Scala Coeli"  proviene de un antiguo dialecto italiano, y su  significado es "Escalera al Cielo". Un excelente nombre: la subida me dejó con la lengua afuera, literalmente hablando.
Caminé con mi mochila al hombro por el pueblo. La gente no disimulaba su incomodidad al verme. Los chicos dejaban de jugar a la pelota para verme pasar. Las señoras se asomaban por las ventanas. Muchas viudas vestidas de negro. Muchos hombres con bigotes gruesos y aspecto campesino. Y muy pocas personas jóvenes. Crucé por las calles de piedra recibiendo las miradas de uno y otro lado

Todo lo que veía me resultaba familiar. Todo.

Llegué al hotel. Al hotel-residencial-casa familiar de la familia Scarpato. La señora Anna me tomó los datos. La descripción era muy parecida a la que daba Miguel en su cuento. Era tal cual me la imaginaba.

La señora Anna me tomó los datos.
Y allí descubrí que en ese lugar pasa algo raro:
La señora comenzó a escribir mi apellido antes de que yo se lo dijera.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Capítulo 3

El texto escrito por Miguel me golpeó en la cabeza como un palo de amasar.
Era muy difícil distinguir si todo era cierto, o había uno o varios detalles ficcionados. Viniendo de alguien que se define como "psicoanalista, periodista y cineasta", es esperable que no todo sea como parece.
De lo que estaba seguro es que todo este caso comenzaba a parecer interesante. Y no quiere decir que le crea a Miguel. Casi diría que todo lo contrario.
Lo único cierto es que para develar todo este asunto debía desempolvar los recuerdos de aquel italiano que se hablaba diariamente en mi infancia, y viajar rumbo a la madre patria de los trabajadores, los brutos, los mafiosos y los vagos: Sicilia.

Porque a eso me llevaba el texto. Este texto que transcribo a continuación -verdadero o falso- pero escrito por Miguel Vigliatore, hijo de Renzo, nieto de Cosme.
O vaya uno a saber.




Dicen que lo primero que hizo Renzo al llegar al pueblo, fue buscar un lugar en el cual pedir un vaso de agua fresca. El sol siciliano de mayo lo había acompañado en esa interminable subida de 600 metros, que separaban la ruta del cartel roto y desvencijado que recibía a los muy ocasionales visitantes con un “Benvenuti a Scala Coeli”.
Dicen que durante unos minutos se quedó observando aquel viejo trozo de madera, pensando que quizás fue lo último que vió don Cosme Vigliatore –el padre de Renzo- mientras se alejaba de su pueblo de la mano de un vecino. Tenía 7 años, era huérfano, se dirigía a un país del que no sabía nada. Y no regresaría nunca más.

Pero aún, Renzo no podía estar seguro que aquel era el lugar que buscaba. Los documentos eran confusos. La partida de nacimiento jamás había aparecido. E incluso, ni siquiera el propio Cosme recordaba el nombre real de su pueblo: a veces lo llamaba Scala Coeli, a veces Scala Vecchia, a veces Scala Volgare, a veces Scala Prego… Y a veces, Scala Niente…

Luego de tomar de un trago una botella de agua fría en el único bar –ante la atenta mirada de los pocos parroquianos, que no estaban muy acostumbrados a recibir visitas- Renzo inició el trabajo de reconstrucción.
Mientras caminaba, sentía profundamente que por fin había llegado al lugar correcto. Durante horas recorrió las calles. Miró detalladamente cada casa, cada cartel, y hasta cada vecino con el que se cruzaba. Todo el pueblo debía estar exactamente igual que hace 70, 80, o hasta 100 años. Sólo algunos automóviles podrían marcar una diferencia sobre lo que su padre podría haber visto cuando era niño.
Esperaba encontrar algo que lo identifique con el paisaje.
Su obsesión lo llevó a acercarse a una joven que paseaba con un niño, sólo para decirle que el pequeño era muy parecido a su propio hijo.
Un hijo al que había dejado junto a su madre a miles de kilómetros, el día que decidió dejar todo para ir en busca de sí mismo.
Cuando comenzó a anochecer, Renzo buscó un lugar donde albergarse. No fue difícil. Preguntando aquí y allá llegó a una casa de huéspedes. La dueña, una inconfundible matrona italiana, le tomó el registro.
-Renzo Vigliatore –dijo él.
Al escuchar el apellido, la mujer se quedó unos segundos mirándolo. Y luego, repitiendo para sí misma,  escribió:
-Viggiatore.
Rápidamente, él le habría aclarado:
-No no…Vi-glia-to-re.
La señora le clavó la mirada, y sólo le respondió:
-¿Seguro?
Le causó gracia la pregunta. Claro que no estaba seguro. Nadie podía estarlo. Su apellido pudo haber sido mal anotado al llegar al país. Viggiatore… Vigliatore… Vogliatore
Prefirió dejar allí el asunto e ir a descansar a su cuarto para planear los próximos pasos. Supongo que Renzo necesitaba tener la plena seguridad de que estaba realmente en el pueblo de su padre. Era lo único que buscaba en el mundo. Podría visitar la casa de su abuela, conocer parientes lejanos, imaginar a un pequeño Cosme jugando en las calles… e incluso ver el escenario real de las increíbles historias que su padre le contaba con respecto a su infancia en Italia.

Al día siguiente se dirigió al registro civil del pueblo. Gino –el encargado- se mostró feliz de poder salir al menos una vez de su rutina. Juntos, revolvieron todas las carpetas de mediados del siglo 20. En una de ellas finalmente apareció la Partida de Nacimiento de  “Cósimo Vigliatore”. En un principio a Renzo se le llenaron los ojos de lágrimas: era el mismo apellido. Pero al leer el papel en profundidad, descubrió que los detalles no coincidían: Cósimo figuraba como hijo de Cósimo Vigliatore cuando, en realidad, su padre era hijo natural. Por otro lado, la fecha de nacimiento difería por seis meses.
Pero claro, es probable que en un lugar tan pequeño, la vergüenza haya anotado el nombre de un padre y las distancias hayan retrasado los trámites… pero como sea, Renzo no podía estar seguro que aquel fuera su padre.

El siguiente paso fue hablar con la gente. Pero los pobladores no eran muy colaboradores. El pueblo era lo suficientemente hermético como para no aceptar que un extranjero llegue para hacer preguntas sobre un tipo que se fue hace 70 años.  Sólo una señora muy mayor le contó que ella de joven había escuchado que durante la Primera Guerra un soldado inglés había dejado “incinta” a una  chica del pueblo.

La intuición llevó a Renzo al cementerio para buscar la tumba de su abuela, que según su padre se llamaba Francesca. La mujer murió cuando Cosme recién había cumplido los 7 años. Y así fue que el chico quedó literalmente solo en el pueblo. Luego de ir de casa en casa, un primo de Francesca que vivía en Argentina se hizo cargo, y le mandó buscar. Cosme viajó cruzó el océano en barco a la edad en que cualquier otro chico recién aprende a atarse los cordones.
Allí encontró un panorama aún más triste del que imaginaba: apenas unas trescientas tumbas abandonadas, lo que demostraba que Scala Coeli no era tan siquiera  un lugar elegido para morir. La única visita provenía del sereno, un hombre viejo de rasgos toscos. Él fue quien escuchó atentamente la historia de Cosme y su madre. Hizo un silencio, y sólo dijo secamente: “venire”, antes de caminar entre las tumbas como si sólo fueran plantas olvidadas.
Lo condujo hasta la tumba más olvidada de todas. La lápida de piedra llevaba un nombre apenas legible, del cual se habían borrado totalmente algunas letras: Fra-c-sca Vi_ _ iato__. La fecha estaba totalmente borrada por el tiempo.  Una vez más, la emoción seguía sin poder salir.
A pesar de todo, era probable que aquella fuera la tumba… pero la duda lo inquietaba.

De aquí en adelante, todo lo que dicen los pobladores se vuelve confuso y borroso. Algunos juran que Renzo Viggiatore –tal como indica el registro del hospedaje- abandonó Scala Coeli esa misma noche, para iniciar la búsqueda por otros pueblos. Otros dicen que enloqueció y se fue a vivir a otro monte de la provincia de Cosenza. Un par de personas dijeron que cambió su apellido y se quedó a vivir en Scala Coeli y rehizo su vida… Incluso, no tengo forma de asegurar que quien estuvo en ese pueblo fue realmente mi padre. De hecho, sea por lo que sea,  el apellido no coincide. No puedo tener la certeza absoluta de que Renzo Viggiatore haya sido mi padre Renzo Vigliatore.
Yo tenía sólo 6 años cuando él se fue, y sólo tengo un recuerdos borrosos. Es lo único que me queda, porque mi madre quemó todas sus fotos.
Por eso, hoy sólo me conformo con saber la verdad acerca de lo que le sucedió a mi padre. 
Por más triste que fuera.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Capítulo 2


Al otro día, amanecí con Lola.
Mi vecina-amante española había aceptado volver a dormir en casa. Ya no había fantasmas a la vista, ni puertas que se abrieran y cerraran. Mi vida en apariencia era normal.
Antes de que suene el despertador, me levanté tratando de no hacer ruido. Pero pateé sin querer la botella de agua que estaba junto a mi cama, mojando todo lo que suelo dejar en el: el jean, las zapatillas y mi libro.
A veces, debo reconocer que me esfuerzo por ser aún más desordenado de lo que soy. Siento que eso le da un poco rock a mi vida.

Escuché que Lola farfulló algunas palabras sueltas, entre las que sólo pude reconocer claramente “coño” y “madre”. Ya empezábamos a transitar esa parte de la relación en la que los insultos ofensivos, la baba matutina en la almohada y las uñas escarbando entre los dientes, comenzaban a estar permitidos.
Me lavé los dientes y desayuné un vaso de Coca, galletitas Variedad y bananas disecadas. Sí, lo sé: mi desayuno no tiene rock. Para contrarrestarlo, me puse una remera de Metallica, un jean negro,  dejé el piso de mi cuarto sin secar, y me fui a comenzar con el caso.

Ya había pautado una reunión con Miguel Vigliatore, el tipo que había renunciado a un seguro de vida de 200.000 dólares sólo para saber el paradero de su padre que lo abandonó a los 6 años. “Qué muchacho íntegro. Qué joven puro. Qué hombre de buen corazón”. Me gustaría decir eso, pero sinceramente no le creo. No tiene lógica. Ese argumento me suena extraño.

-Así que vos sos investigador –dijo con tono de superado en cuanto me presenté
Preferí obviar el comentario y entrar a la casa.
Miguel se presentó como psicoanalista, periodista y cineasta. Pero en verdad, se gana la vida administrando algunos negocios de su madre. Me recibió en una antigua casa de Flores. Un lugar muy grande, un frente colonial… una construcción hermosa, pero bastante humilde en su decoración. Incluso, tirando a vieja. De esas casas en las que todo sigue igual por años, y años, y años.

-La misma casa de mis padres. Acá nací yo… acá me crié con mi vieja… acá nos dejó mi papá cuando se fue.
Me dijo esto mientras me invitaba a pasar por el pasillo hasta el living. Había cuadros de marco antiguo, paredes empapeladas y fotos familiares. En la antesala, una gran escalera de roble llevaba a los cuartos superiores.  Debajo de esta, había una biblioteca que iba de pared a pared.
Todo se veía raído, descuidado y sin mantenimiento.
Una casa muy grande para un tipo solo.
-¿Y tu vieja?
-En un geriátrico. Estaba mal físicamente y un poco perdida de la cabeza... ya no podía dejarla sola.

Me senté en un sillón del living. Miré alrededor. Y junto con las pocas pulgas que me acompañan, fui directo al grano:

-¿Fuiste a buscar a tu viejo alguna vez?

Miguel se sorprendió por lo directo de la pregunta. Pero se sentó y se dispuso a colaborar:

-Sí. Hace mucho. Recorrí el pueblo. Pero no encontré nada. Nada de nada. Pero cuando fui, ya habían pasado 20 años.... Algunos dicen que lo vieron. Otros hablaron con él… otros se contradecían… Y nadie se acordaba demasiado.
-¿la policía?
-nada

Hice un silencio, como para saber por dónde empezar a apretarlo.

-Necesito saber más.  Qué sentís por tu viejo…  qué querés que encuentre… cómo era él… por qué estás tan obsesionado por encontrarlo.

Miguel se levantó y fue hasta la biblioteca. Se paró estratégicamente entre dos libros, y sacó de entre ellos unas hojas  carta, dobladas al medio. Me las dio.

-Acá está todo. Es un cuento que escribí cuando volví de Italia. Fue la catársis de mi viaje. Pero no lo leas ahora. Dedicale un tiempo.

Esa misma noche aproveché que mi libro de Ítalo Calvino estaba aún empapado, y me acosté con lo que escribió Miguel.

Prácticamente no pude dormir en toda la noche. Es todo demasiado denso. Demasiado oscuro… demasiado extraño.
Demasiado casual, si quiere.

En el próximo posteo, voy a transcribirlo. 

domingo, 14 de noviembre de 2010

De donde nadie vuelve. Cap. 1

Llegué puntualmente a la compañía de seguros. La recepcionista me acompañó hasta una sala de reuniones grande y vacía. Allí estuve un buen rato esperando, hasta que apareció un tipo canoso y alto. El pelo blanco le daba más edad de la que realmente debía tener. 
Me dió su tarjeta, la cual tomé y guardé sin mirar. Horas después terminaría tirada dentro de la guantera de mi auto. 
No me gusta la gente con tarjeta. 
Para ser sinceros, no me gusta la gente en general, pero mucho menos la gente con tarjeta. 
El tipo dió por sentado que yo ya sabía su nombre, y comenzó a hablar. 

-Mire, Morel... me dijeron que usted es buen investigador. Tenemos un caso en la compañía que viene muy jodido y necesitamos cerrar de una vez: resulta que hay un fulano que hace como treinta años dejó un seguro de vida muy grande a nombre de su hijo... y desapareció. No hay partida de defunción, no hay cuerpo, no hay una mierda... El pibe tenía 6 años y...

-O sea que el tipo es un desaparecido... 

El canoso hizo el típico gesto de "no es tan así", apretando los labios hacia dentro.

-mmm... digamos que no es la clase de desaparecido a la que usted se refiere. Este tipo está desaparecido... pero porque se mandó a mudar. Se fue a hacer no se qué investigación de mierda a Italia, y nunca más se supo de él. Ahora, el seguro lo siguió pagando su mujer, y por todos los movimientos cambiarios e inflacionarios, esa póliza se hizo monstruosa, y sigue creciendo. Esta situación se nos estaba yendo de las manos. Entonces, llamamos al pibe para ver si podíamos llegar a un acuerdo económico y cerrar el asunto. 

-O sea, lo llamaron para cagarle parte de la guita...

El canoso hizo de cuenta que no escuchaba. 
De hecho, estoy seguro que no escuchaba. 

-El pibe -que no es tan pibe, porque tiene treinta y pico de años-  en cuanto llega a la reunión nos dice: "Miren: a mí no me interesa esa guita. Pero sí quiero saber algo sobre mi viejo. Si ustedes me ayudan con mi investigación, yo renuncio a cobrar la póliza". Y ahí, es donde entra usted. 

-Tengo que buscar al padre. 

-Exacto. En Italia.

-Cuánto hay para mí. 

-El 10% del valor de la póliza, mas los gastos. 

-Que son...

- Veinte mil dólares.

Salí de la reunión con un adelanto en efectivo y un nombre: Renzo Vigliatore, desaparecido hace 31 años, y buscado por su hijo Miguel. 
Sinceramente, parecía un caso ideal para Franco Bagnatto. 

sábado, 10 de julio de 2010

1

Quizás en un tiempo, alguien venga hasta aquí, para visitar este primer posteo.
Eso es al menos lo que yo hago siempre cuando entro a un blog. Pero acá todavía no voy a poner nada. El primer paso fue abrirlo. Abrirme.
¿Qué fue lo primero que escribiste? ¿Qué esperabas con el blog? ¿Cuál era la idea? ¿Para qué? ¿Por qué?
En mi caso, recordé la frase de un viejo amigo, que alguna vez me dijo: "Todos tenemos dónde caernos muertos. Eso es lo trágico".
Pero nadie puede elegir un lugar para morir. Nadie puede saber dónde se dejará caer. Pero sí puede dejar algo. Una pista. Una idea. Unas palabras. Una risa.
Algo que haya valido la pena.

Esa es la idea.

lunes, 13 de julio de 2009

2

Es la cuarta vez que empiezo este posteo. Le dí mil vueltas al tema, y no sé por dónde empezar.
Bueno, básicamente, tengo un tema para contar, y tiene que ver con lo que decía en el primer posteo, sobre dónde caerme muerto. Bah, no sé si tiene que ver totalmente con eso, pero algo tiene que ver.

Yendo al grano: Hace más o menos un año, me compré mi primer casa. Un ph en el barrio de Boedo.
Y lo que realmente me llevó a abrir este blog, es que necesito contar que en esa casa pasan cosas raras.

martes, 15 de julio de 2008

3

El departamento tiene dos ambientes grandes. Cocina aparte y baño completo. Es una construcción relativamente antigua. No sé quién vivía antes. No sé si alguien murió acá. No se nada. No se me hubiera ocurrido preguntar esas cosas. ¿Vos preguntaste alguna vez algo así? Yo no. Me hubiera dado vergüenza.
Pero todo se sabe. Porque para eso están los porteros. "Buen día, ¿qué tal la nueva casa?", me preguntaba todas las mañanas el encargado del edificio de al lado. Los tres primeros días le respondí con una sonrisa. Y por dentro pensaba "a este pelotudo qué carajo le importa".
Después del cuarto día no hubo más sonrisas ni insultos.
Porque un pequeño ruido se explica. Dos o tres pequeños ruidos también.
Un par de veces podés dudar de haber dejado prendida la radio. Podés tratar de convencerte que olvidaste estirar la cama antes de salir. Y si te hacés muy pero muy el boludo, podés creer que todos los días te dejás abierta la misma puerta de la alacena.
Pero esa sensación de que hay alguien al lado tuyo, es una puta mierda dificil de explicar.
A vos te puede parecer una boludez. Una sutileza. Una pavada. Pero es algo que me hace girar la cabeza todo el tiempo.
Yo hubiera pensado lo mismo hace unos meses.
Pero es una sensación tan jodidamente real...

lunes, 16 de julio de 2007

4

1) Estoy en un bar de Tucumán y Mario Bravo.
2) Esta zona me gusta mucho.
3) Son las 10 y 20.
4) Estoy solo.
5) En 20 minutos, de la casa de enfrente va a salir un señor.
6) En 22 minutos, voy a tocar el timbre y voy a entrar yo.
Que quede entre nosotros.

martes, 18 de julio de 2006

5

El sábado tipo 4 de la mañana volví a estar en la calle. Ella me dijo que el marido no volvía hasta las 6. Pero yo no quise tentar al destino.
Qué ingrata es la vida para los trabajadores nocturnos.

La calle era un cubito. No quiero ser reiterativo. Habrán escuchado esta frase mil veces esta última semana. Pero créanme que tengo razones para repetirla una vez más:
Qué frío que hacía, la puta madre.
Caminé dos cuadras hasta el auto y llegué tiritando, literalmente hablando.

Diez minutos después estaba en mi casa. Como hago últimamente, miré cada detalle de la cocina para ver si algo había cambiado de lugar. Fui al lavadero y prendí la calefacción. Abrí la heladera y tomé agua de la botella. Fui al baño para mear. Aparentemente todo estaba bien. Pero cuando entré a mi cuarto, la almohada estaba en el piso.

Prendí la tele y me quedé fumando un cigarrillo en la cama hasta que amaneció. Recién ahí me dormí.

miércoles, 20 de julio de 2005

6

Organicémonos.
Tengo 39 años. Soy solo. Tengo un hijo que vive con la mamá en Esquel. Laburo por mi cuenta, en el rubro seguros. Pero no soy productor, ni vendedor, ni nada de eso. Digamos que las compañías me contratan para algunos trabajos puntuales.
Hace poco fui al cine a ver "Carancho". Días después, hablando con un amigo que también la había visto, le comentaba que yo no sabía ni que existía ese subrubro de la abogacía.
Pensé mucho sobre eso, y seguro que casi nadie debe saber que hay gente que hace mi trabajo.
En parte, eso me inclinó a hacer un blog. Lo que para mí son historias cotidianas y rutinarias de mi laburo, para algun otro pueden ser interesantes.
Soy investigador especializado en seguros. Las compañías me contratan cuando tienen que pagar una póliza muy alta que sospechan que puede ser fraudulenta. Por ejemplo: usted incendia intencionalmente su negocio para cobrar el seguro. La policía y los bomberos coinciden en que el incendio fue accidental, Pero la compañía sospecha algo, y la póliza es muy alta. Entonces, me llaman.
Si no descubro nada, cobro solamente los viáticos. Si compruebo el fraude, me pagan el 30 % del
total de la Póliza.

No es un trabajo como para estar orgulloso, lo sé. Pero a mí me gusta, y me pagan bien.
Alguno podría decir que estoy del lado de los malos. Pero no es tan así. De última no me importa. Yo estoy de mi lado.

jueves, 22 de julio de 2004

7

Las estadísticas mueven todo.
Hay muchísimos intentos de estafa a las compañías de seguros. Inclusive, las mismas compañías lo saben, pero para ellos pagar es parte del negocio. Porque para ellos todo se maneja en base a estadísticas. El negocio es estadístico. Entonces, si vos te hacés robar el auto para cobrar el seguro, lo más probable es que la compañía te pague sin hacer muchas preguntas. Aunque sospechen, te van a pagar. Es más económico pagar que iniciar una investigación que estadísticamente es difícil de comprobar.
Ahora, si te hiciste robar es un camión de 50.000 dólares lleno de mercadería. O incendiaste tu negocio. O mataste a alguien para cobrar un seguro de vida... la cosa cambia.
Estadísticamente, es más económico pagarme los viáticos y eventualmente darme un porcentaje del seguro, que pagar todo.

Hoy se cumplen 3 meses del último trabajo que hice. Y 2 meses del último cheque que cobré.
Me gusta mucho estar al pedo. Y disfrutaría estar en mi casa, si no fuera por las cosas raras que pasan. Y soy tan obse que me da mucho pudor hablar de estas cosas con cualquiera. Tengo miedo de parecer un loco. O de estarlo.

jueves, 24 de julio de 2003

8

Marina es una amiga de hace muchos años. Fuimos novios durante 6 meses cuando teníamos 24. Laburábamos juntos. Después que cortamos, yo quedé hecho mierda y ella no. Era bastante choto compartir con ella los días en el trabajo. No había forma de sacármela de la cabeza. De hecho, cambié de laburo por esa razón.
No es por nada, pero yo les recomendaría que lo piensen dos veces antes de tener un coito laboral. Bah, a menos que tengan la certeza de que ninguno de los dos se va a enamorar.
Pero, ¿quién puede tener esa certeza?
En fin. El tema es que retomé el contacto con ella hace un año, más o menos. Primero facebook, después chateamos, después almuerzos... una cosa llevó a la otra, y terminamos dándonos un par de sacudidas. Y nos pasó algo muy loco: descubrimos ahora que teníamos muchísimos gustos y fantasías sexuales en común. Podríamos decir que perdimos varios años de nuestra vida, y que estuvimos 6 meses juntos sin saber eso. Creo que éramos muy pendejos como para blanquear algunas cosas, y no salimos tanto como para confiarnos demasiado.
Ella está casada. Se está separando. Pero no tenemos ningún tipo de proyecto en común.

El otro día le comenté a Marina en tono de sorna lo del fantasmita que está en mi casa. Y me propuso hacer hoy a la noche el juego de la copa.
Viene en un rato para eso, y yo tengo un cagazo que ni les cuento.

sábado, 27 de julio de 2002

9

Armamos todo en el piso. La copa, las letras, todo. Apoyamos los deditos, y seguimos al pie de la letra todos los pasos que habíamos leído por internet. Una verdadera pavada. Nunca pensé que esto podía servir para algo.
La copa no se movió ni un milímetro. Preguntamos varias veces nombre, apellido... todo. Pero no se movía. Parecía una mierda.
Pero...
Nos alejamos, nos fuimos a los sillones, tomamos vino. Nos empezamos a relajar, a reir, a besar, a apasionar. Y de pronto, cuando estábamos en pleno beso, un ruidito. Un ruidito muy muy suave. Un chirrido mínimo, como el de una copa arastrada por el piso. Pero... si se movió, fue sólo medio centímetro. Nada. Pero nuestras bocas quedaron congeladas. Abrimos los ojos, y quedamos mirándonos, todavía con los labios pegados uno al otro. Y quietos.
No dijimos nada.
Giramos las cabezas hacia la copa tan despacio, como si tuviéramos tortícolis.
Estaba ahí, quietita.
Me levanté y fui a la copa. Marina vino conmigo. Los dos despacito, no queríamos ni respirar.
Seguíamos sin haber dicho nada. Pero, nada de nada de nada.
Apoyamos el dedo en la copa.
Yo no podía hablar. Ella tampoco, pero en un momento lo intentó. Tartamudeó un "como..."
y no terminó de decir la frase, que la copa se empezó a mover de un lado al otro, recorriendo letras.
M-A-T-I-A-S

sábado, 28 de julio de 2001

10

Ayer me llamaron de una compañía de seguros, y tempranito tuve una reunión. Como quería estar más o menos fresco -y no tenía ganas de que M-A-T-I-A-S me despierte de madrugada, fui a pasar la noche a un hotel del centro. Elegí uno cerquita del lugar al que tenía que ir, como para dormir un rato más.
Me dan un sobre sin membrete, me comentan el caso, me dan un par de datos, hago algunas preguntas y me voy. No es más que eso. Yo sé lo que tengo que hacer. O al menos, ellos creen eso.
El caso es así:
Al cliente le robaron un auto caro. Muy caro. Muy caro es más de 60.000 dólares. Sí, dólares. Un BMW Z4. Gugléenlo y van a ver de qué auto les hablo. Y van a entender por qué sale lo que sale.
Aparentemente, este sujeto dejó esa nave estacionada en la puerta de la casa de los padres -en Quilmes- y cuando salió ya no estaba. Así de fácil.
Nadie le cree.
¿Por qué no le creen?
Por varias cosas.
En principio nadie se roba un auto así. Y -sin querer menospreciar- mucho menos en Quilmes. ¿A dónde vas con ese auto? ¿No te parece demasiado fácil de ubicar? ´¿Qué desarmadero te lo agarra? ¿Cuántos tipos comprarían repuestos de un auto así? Hay muy pocos Z4 en la ciudad, como para que sea negocio.
Además, no hay muchos cacos que se animen a robar un Z4. Inspira respeto... puede ser de alguien muy importante. Podés terminar mal.
No no... no cierra.
Para colmo, por un cruce de datos se supo que a este tipo le habían robado un VW Golf en el mismo lugar, hace 3 años.

Hay muchas sospechas, pero la compañía no pudo comprobar nada. Y en 15 días se vence el plazo para pagarle el seguro.
Mañana ya tengo algunos lugares para empezar a buscar mis 18 mil dólares de premio.

domingo, 30 de julio de 2000

11

La compañía de seguros me paga los viáticos. Y en este oficio, los viáticos incluyen más que la nafta y el café.
Empecé por ir ayer a la mañana muy temprano a la cuadra en la que supuestamente se robaron ese auto, ahí en Quilmes.
Quilmes es un lugar viejo. Sin ofender: las calles son viejas, las veredas son viejas. Los negocios son viejos. La gente es vieja. Todo es viejo y huele a viejo. Viejo lindo, pero viejo.
A las 7 de la mañana recién empezaba a salir el sol. Y a las 7 y cuarto, salió de una puerta el tipo que yo necesitaba. El tipo que sabe todo en todos lados.
Qué sería de mí si no fuera por los porteros.
Sí, ya sé: encargados.
Le pregunté por una buena panadería, le hice un par de chistes... Al rato me di cuenta que al tipo le gustaba hablar.
Entonces le dije que me quería mudar al barrio. ¿Qué tal la seguridad por acá? "bien, bien... es una zona tranquila". Le dí mi tarjeta y 100 mangos, con la promesa de que me avise si sabía de alguna casa en venta en esa manzana.
Primer contacto, hecho.
Fui al puesto de diarios de la esquina. En esos barrios, a la gente le gusta hablar con el canillita. No se qué mierda de gracia le ven. Será que tienen tiempo. Hice más o menos lo mismo: Clarín, Maxim, qué buena está esta mina... 100 mangos al pibe que vende el diario, y "me llamo Morel. Te dejo mi tarjeta y si sabés de algún depto. por la zona, me avisás". Y antes de irme: "¿che, es tranquila esta zona?"
"Seeee... tranquila -me dice el flaquito.
Ahí se me fueron 200 pesos de viáticos.
Pero es el primer contacto.

Cuando volvía para casa pasé por el estudio de amigo. Abogado y ex dueño de un desarmadero. Si un abogado con guita te dice que se ganó la plata como abogado, miente.
Mi amigo me confirmó lo que yo pensaba: "Morel, querido... hoy en día le sacás más guita a un Renault12 que a un Z4." Y aparte, me dijo que pueden robar ese auto en Zona Norte. Pero no en Quilmes.
Las opciones son: le cambió los papeles y lo vendió (o se lo vendió a un alcahuete para que lo hiciera). Lo escondió (¿para qué?). O lo sacó del país.

Todo esto fue rutina. Siempre es más o menos lo mismo con los robos de autos fraudulentos.
Salí de la rutina cuando llegué a casa. Dos mensajes: uno de Marina para llorarme del marido que es un hdp y bla bla bla.
Y otro -que debía ser equivocado- con la voz de un nene. Un nene que dijo "Hola... soy Matías". Y córtó.
¿Hacía falta que se llame Matías?

lunes, 2 de agosto de 1999

12

Dos días después me llamó el encargado del edificio de Quilmes. Ya se había llevado 100 mangos de arriba, y ahora iba por una comisión de venta. Rápido para los negocios.
-Mire, don Morel, acá a la vuelta hay una casita que está en sucesión… parece que los herederos quieren vender.
-Ahhh… vea Rafael, le agradezco… pero… ¿tiene garage la casita?... ah, ¿no?... porque mire… me dijeron que ahí la zona es medio complicada, vió. Y yo…
- No se preocupe, Morel… acá no pasa nada, es una zona tranquila.
- Claro… pero, ¿sabe qué pasa? No me gusta parecer fanfarrón, pero mi auto es medio llamativo… es importado, un BMW y… no sé... ¿no hay robos por…
-Nahh… mire… acá enfrente vive la hermana del comisario del barrio… la policía patrulla esta manzana… ni se haga problema por eso, que…
Bla bla bla. Rafael ya me había dicho todo. O, más bien, no me había dicho nada.
Un portero no puede no saber que robaron un auto frente a su casa. Sería la deshonra del sindicato. Y no podría mentirme sobre eso.
Pero además, agregó dos datos fulminantes: la policía patrulla la zona, porque la hermana del comisario es vecina del dueño del Z4.
La hermana del comisario. El comisario del barrio. O sea, que la hermana del comisario de la seccional donde se tuvo que radicar la denuncia del robo del auto, es vecina. Seguramente amiga.
Ya en ese momento, tuve la certeza de que ese auto no lo robaron. Probablemente el dueño lo hizo desaparecer en otra zona y consiguió radicar la denuncia en Quilmes por la amistad con el comisario –que seguramente va a cobrar una buena parte del seguro.
De ahí, que la búsqueda del vehículo se realizó por zona sur… Y capaz el auto ahora está guardado en algún galpón, hasta el pago del seguro.
Pero… pruebas no hay ninguna.
Nada de nada.

Mientras tanto, en mi casa de Boedo, la historia con Matías va de mal en peor. El llamado del otro día me dejó mal. Y peor que me hayan llamado dos veces más y me hayan cortado al atender.
¿Casualidad? NO
Ayer a las 3 de la mañana sonó el teléfono. Atendí, sobresaltado, asustado... dormido

-hola… ?
Silencio. No me contestaron. Pero había alguien del otro lado. Se sentía. No se escuchaba nada, pero se sentía una presencia.
-Hola… ¿quién habla? -repetí, de bastante mal humor.
Y la misma voz de nene asustado y tembloroso que dejó el mensaje:
-Hola… soy Matías… ¿está mi mamá?

jueves, 6 de agosto de 1998

13

Del lunes hasta ayer, deben haber escuchado mil veces decir “qué frío que hace”.
Pero, el verdadero frío, se siente en la madrugada. A las 4:10 de la mañana, salir a caminar por la calle México es como ir de compras por un shopping con paredes de hielo.
Y sé por qué se los digo.
Me alejé lo suficiente de mi casa, sin rumbo definido. A medio camino de la nada, decidí ir al único lugar del barrio en el que podía encontrar a una persona de carne y hueso. Una persona real. Necesitaba ver a alguien… aunque fuera ese pendejo insulso que atiende el maxikiosco 24 horas.
Compré un atado de Camel 10 y una cajita de Fragata.
Recién con el cuarto fósforo logré encender un cigarrillo. Seguramente fue por falta de práctica. Llevaba más de ocho años y medio sin fumar. Di una pitada larguísima, hasta sentir mareo en la vista y frío en las venas.
Sólo luego de humillarme ante el tabaco, pude recomponer la cabeza y repasar el diálogo que tuve con Matías.
Era una voz de un nene angustiado, asustado. También llegué a escuchar un tren de fondo.
“¿No está mi mamá? Bueno… cuando llegue, decile que me pasó algo… y que estoy perdido. Decile que venga a buscarme, que tengo miedo ¿sí?”

Me despabilé completamente con esas frases, y creo que el alma de curioso le ganó al miedo:
-Bueno… yo le digo. ¿Por dónde estás vos, Matías…?
-Estoy volviendo de la escuela… pero pasó algo… y me perdí.

Le repregunté varias cosas, pero ya no se escuchó nada más.

Un nene, o algo parecido a un nene, está perdido en la madrugada.
Dios sabe en qué lugar.
Y yo acá, llenándome de humo el cerebro, y sin saber por dónde empezar a buscarlo.

miércoles, 13 de agosto de 1997

14

Incluso hasta el día de hoy, el asunto seguía dándome vueltas en la cabeza, quitándome el sueño. En noches de duermevela eterna, sentía que el teléfono volvía a sonar. Que Matías seguía buscando a su mamá. Incluso, hoy por la madrugada hubiera jurado que lo escuché golpeando la puerta de mi departamento y llamando a su madre. Fue tan real el sonido de su voz, que me levanté exaltado hacia la puerta. De no ser porque la chica que estaba recostada a mi lado ni se inmutó, hubiera jurado que de verdad ese chico… esa alma… ese ente… estaba merodeando mi casa.
Consulté al encargado, a los vecinos… y todos coincidieron en lo mismo: nunca vivió un chico llamado Matías en esta casa. Incluso, nunca vivieron chicos en esta casa.
Me quedé hasta hace un rato en la cama, recorriendo con mi mirada la espalda repleta de pecas y lunares. Todos ellos formaban un rasgo característicos de una mujer atípicamente hermosa. La historia sobre su inesperada llegada a mi cama, comenzó horas después del cigarrillo que me llevó de regreso al vicio. Es una historia hermosamente insólita, que ya les contaré más adelante. Si es que todo sigue como debería.

Laboralmente, las cosas mejoraron notablemente. Los U$S 18.000 del BMW se venían acercando al galope. “Vamos, Morel… que se viene el verano y hay que pagar las vacaciones”.

Nadie por el barrio me dio indicios de que haya habido un robo. Estratégicamente, le consulté a un par de vecinos de la hermana del comisario sobre el robo de ese auto, y les entregué mi tarjeta con un número de celular que suelo utilizar para la ocasión. No me interesaba tanto lo que iban a decirme. En realidad, sólo necesitaba que se corriera la bola de que estaba preguntando por ese auto. Si la policía había tomado una denuncia falsa, ya tendría novedades.
Esa misma tarde, cuando me llegó una llamada desconocida a ese celular, confirmé que ese auto no había sido robado:
-Escuchame, Morel… ¿así que estás buscando un BM? No te hagás el pelotudo y dejá de revolver mierda, porque por dos mangos vas a terminar en el baúl de un Fitito con el culo roto y cuatro balas en la cabeza”.
Muy tranquilo el tipo. Con ese tono de buena gente, como si de corazón me estuviera diciendo : “dale… no me hagas hacer algo que no quiero”.
En la compañía de seguros me informaron que el tipo tiene 36 años, es soltero, vive en Zona Norte. Tengo la dirección, así que ahora mismo voy a terminar la semana por allá. Dejo a mi chica durmiendo. Ella sabe cómo irse. Y no necesita llave. Ya van a entender después, cuando les explique.
Feliz fin de semana largo. Yo me quedo pensando en Matías y en mi Z4.

domingo, 18 de agosto de 1996

15

A pesar de ser española, mi vecina Lola es una chica bastate silenciosa.
Quizás demasiado.
Tanto, que aquella madrugada en que volví a mi PH luego de salir a fumar, recién noté su presencia al colocar la llave en la cerradura. Al verme exaltado se disculpó y me pidió ayuda, ya que se había roto la llave de su casa.
Lola es casi un pecado. Vino al país de vacaciones, pero algo –o alguien- la hizo anclar en Boedo. Siempre sospeché que escapaba de algo. Supongo que nunca puedo dejar de sospechar de la gente. Sin embargo, su tonada española, sus piernas eternas y sus treintilargos tan bien llevados, me obligan a confiar en ella.
Sin ánimos de aburrir con historias vagas, debo decirles que la invité a pasar para esperar al cerrajero. Tomamos algo de vino. Tomamos mucho vino. Nos sentamos en el piso entre almohadones. Horas después descubrí que no era tan silenciosa como parecía. Todo lo contrario. Si Lola fuese una enfermedad mortal, seguramente yo recorrería cientos de médicos hasta dar con aquel que me dijera: “no se preocupe, usted no tiene nada grave”. Incluso después de la llegada del cerrajero, Lola prefirió quedarse a dormir en mi cama. Y allí se quedó hasta que me fui.

Mientras manejaba mi auto rumbo al barrio de la "víctima-victimario" del robo, fui armando todo el rompecabezas mentalmente. No tenía demasiado tiempo: en dos días tenía que  darle un dato verosímil a la compañía de seguros y lo único que tenía eran sospechas y ni una prueba.
No había dudas que el asunto era más o menos así: el tipo hizo desaparecer el auto para cobrar el seguro. El comisario le tomó la denuncia… y seguramente también frenó la investigación y lo ayudó a esconder el BMW. Todo eso era tan claro como un amanecer en la playa. 
Ahora, ¿para qué quería hacerlo desaparecer? ¿por qué no lo vendió?
Capaz necesitaba el dinero urgente. O el auto tenía papeles truchos. O le cayó granizo. O lo chocó. O se lo molieron a palos… o sea, capaz le pasó algo que el seguro no le cubría.

En eso estaba pensando cuando sonó el celular
Atendí sin dejar de manejar. Era la voz dulce y salamera de Lola.

-Hola guapo… disculpa, es que mientras dormía ha sonado el teléfono varias veces aquí y, pues nada… pensé que sería importante y decidí atender… resultó ser un crío que preguntaba por su madre... –y con gracia comentó- no es que me meta, pero… ¿en qué andas tú?

-¿Dijo algo más? ¿te dijo dónde estaba?

-Pues… algo así. Me ha dicho que fueran a buscarlo, que estaba perdido y no conocía las calles. Le pregunté si no había gente por allí... me dijo que no. Si había algún cartel o algo... y dijo que había un Mc Donalds... y un negocio que se llama Isabel, como su mamá.

-…

-Ah… y  algo más. No entendí bien a qué se refería, pero me dijo que el auto está ahí.

Casi clavo el freno en medio de la Panamericana. Traté de mantener la calma, y me corrí hacia un costado poniendo las balizas.

martes, 22 de agosto de 1995

16


Relativamente recuperado, llegué a San Isidro. Traté de olvidarme de todo el incidente de Lola y Matías. A esta altura, traté de convencerme que toda esta historia no era más que la venganza de algún fulano que quería volverme loco. Mi grado de paranoia era tal, que incluso llegué a sospechar que todo se trata de una maniobra de la Policía, o de la SIDE. Me gané varios enemigos en la vida. Quizás me haya llegado la hora de pagar viejas deudas.

Por lo pronto, necesitaba concentrarme en seguir los pasos establecidos para encontrar ese BMW.

Habiendo descartando que fue desguazado –un auto así vale más entero que en pedazos- la sospecha más fuerte es que el dueño lo tiene escondido por algún lado.
Sin tratar de disimular mis movimientos en absoluto, caminé por la cuadra en que vive el sospechoso. En una esquina hay una peluquería femenina. En la otra, una garita de seguridad. A mitad de cuadra, un edificio no muy alto. Luego, sólo casas de familia.
Hablé con una empleada de la peluquería, con dos vecinos y con el guardia de la garita. Algunos ni siquiera sabían del robo. Sólo el garitero –un policía retirado- había sido testigo del asunto. Me invitó a pasar a su garita. La decoración era agradable: un cenicero atestado de colillas, un mate lavado y un TV blanco y negro. Había dos termos. Uno debía tener agua caliente. El otro, probablemente tuviera alguna bebida para olvidar que alguna vez había creído en hacer cumplir la ley.
Mientras examinaba a contraluz el billete de $100 que había dejado en su mano, me confesó que el tipo salió una noche manejando su BMW y a la madrugada volvió en un Renault 19 manejado por otra persona. Por cien pesos más, me comentó que el conductor del 19 tendría unos 40 y pico. Alto. Pelo negro. Bigote. Y no era remisero, porque volvió un par de veces por la zona.
Este buen señor me había dicho bastante más de lo que esperaba, por lo que le agradecí y me dí media vuelta para irme. Salí de la garita y me alejé dos pasos, pero escuché su voz desde adentro:
“Lástima que no me preguntó la patente del auto… porque capaz…”
Se me había ido ese detalle: un guardia privado lleva constancia de todas las patentes de cada auto que pasa por su cuadra.
Cien pesos y 2 minutos después, anoté la patente del auto. Y antes de irme me dijo. “Y sé el nombre del tipo… pero eso sí que no se lo digo ni por Diez lucas. Ya lo va a averiguar usted”.
Mientras manejaba, llamé a uno de mis contactos en la compañía de seguros, para pedirle un dato de la Base General de Patentes. Lo único que me quedaba ahora, era conseguir la dirección del dueño de ese Renault 19, para hablar personalmente con él.
No me sorprendió para nada que el auto estuviera radicado en Quilmes. Puse la dirección exacta en el GPS, y me dejé llevar por la voz de la joven españolita. A riesgo de parecer un pervertido, debo reconocer que la niña del GPS me trajo imágenes de Lola, y a raíz de ello –sumada a la vibración de mi vehículo- cierta incomodidad afloró tenue y melancólicamente entre mis piernas.
Casi en una nube, bajé por la autopista, siguiendo las instrucciones de Lola. Pero mi incomodidad se fue en el instante en que me acerqué al lugar, y recordé lo que dijo Matías.
La casa del dueño del auto, estaba a unos 50 metros del Mc Donalds de la esquina.
Una gota de sudor frío me recorrió la frente, cuando vi que justo frente a la casa, estaba la panadería Santa Isabel.
Me quedé un rato sentado en el auto. Luego estacioné, caminé de un lado al otro de la cuadra. Matías –sea quien fuera Matías- debía estar ahí, mirándome.
Volví al auto. Llamé a la secretaria del Director de la Compañía de Seguros:
“Encontré el BMW”.
Y le pasé la dirección.

sábado, 27 de agosto de 1994

17

El miércoles amaneció fresco, pero lindo. Eso al menos me han contado, porque al fin, después de varias semanas, pude quedarme durmiendo hasta más tarde.

Mi trabajo había terminado, y hasta que apareciera otro llamado, podría disfrutar de un descanso.
Mi única obligación del día era llegar a la Compañía de Seguros antes de las 3 de la tarde para cobrar mi cheque por 18.000 dólares.
Había vuelto a casa de madrugada, aprovechando otra de las salidas laborales del esposo de Marina. Caminé por el pasillo del PH, con la convicción de que acababa de despedirme por última vez. No hubo pelea. Ni siquiera la hubo.
En algún lugar de nuestra historia, ambos habíamos perdido algo que nos mantenía unidos.
Entré a mi departamento con una sensación de vacío tan profunda, que casi podía escuchar el eco de los latidos de mi corazón.
Puse la traba en la puerta, y dejé caer la ropa por el camino de la cocina al cuarto. Estaba tan cansado, que me desplomé en la cama y amanecí en la misma posición, cerca del mediodía.
Me levanté, meé, me lavé los dientes y fui a la cocina a preparar mate.
Al entrar, encontré la ropa que había tirado la noche anterior, perfectamente doblada sobre una silla. Además, las puertas de todas las alacenas estaban completamente abiertas. El horno también. Sentí escalofríos al ver que todo lo que estaba dentro de esas alacenas se encontraba perfectamente acomodado sobre la mesada.
Un ladrón hubiera tirado todo. Hubiera revuelto toda la casa. Hubiera destrozado todo a su paso. Pero ese orden perfecto. Esa obsesión por vaciar y acomodar ollas y sartenes, me heló la sangre.
Volví al cuarto a vestirme, y fui directo a buscar mi cheque.
En el camino, intenté convencerme de que había sido Lola. Aunque ella no tuviera llave de casa. Aunque estuviera la puerta trabada desde adentro. Aunque nadie hubiera entrado desde anoche más que yo. Mi cabeza funcionaría mejor, sólo si alguna vez pudiera dejar los detalles de lado.

Fui en subte  hasta el centro. Llegué a la compañía de seguros, y fui directo a la oficina de Armendáriz, el Gerente de Finanzas. Gordito, pelado, camisa y corbata de escuela…  Mientras me preparaba el cheque, me preguntó sobre el robo del auto, la investigación, la forma en que descubrí el engaño. Hablamos del tipo del auto. Me contó que no iban a hacer ninguna denuncia, ni le iban a iniciar un juicio, aunque se caía de maduro que el fulano había tratado de estafar a la compañía. 
De alguna forma, supongo que Armendáriz debía imaginarse que yo era una especie de James Bond.
Cuando ya estaba a punto de firmar mi cheque, le suena el teléfono. Me hace el clásico gesto de “un segundo, Morel”, y atiende.
Me quedé mirando los cuadros de la oficina, mientras la voz de Armendáriz me acompañaba, primero seria, y después con un tono informal casi llegando a lo pavote:
“Hola… ¡Hooola, hijito… cómo andás… ¿llegaste de la escuela… ahhh… mirá vos… y qué te puso? En serio…??... pero…”
Y fue en ese momento que sentí que un pensamiento me golpeaba en el centro de la cabeza, como su estuviera hecho de mármol. Era tan obvio… cómo no lo había pensado antes.
Con gestos, apuré a Armendáriz para que firme el cheque aún con el teléfono en sus manos. Luego agarré el papel y salí corriendo de la oficina.
A cada paso, las ideas se iban encadenando una tras otra. Era como si la charla de Armendáriz fuera la base de un crucigrama, y que al escribirla todo el resto de las palabras se formaran por sí solas.
Era tan fácil… ¿qué otra persona llamaría a una casa para preguntar por su mamá?

Llegué a la cuadra y fui directo a hablar con el encargado del edificio de al lado. El mismo que, cuando me veía, me preguntaba si estaba todo bien. Creo que estaba a punto de dormir la siesta cuando le supliqué que bajara a hablar un rato.
Bajó con una sonrisa. Era de esos tipos que tenían la sonrisa eterna dibujada en sus boca. Apenas abrió la puerta, lo interpelé:

- Oiga, usted me dijo que en mi departamento nunca vivieron chicos, ¿no?
- No… nunca
- Ahá. Pero sí iba una chica a limpiar, ¿no?
-Sí, claro… -y, como entendiendo, me dijo- ahhh… usted necesita una chica para la limpieza!! Bueno, mire, aquella no va a poder, pero yo conozco…
-¡No, pare y escuche! Esa chica… digo, esa chica que venía a limpiar a mi casa…  tenía un hijo… ¿no?

El encargado cambió la expresión sonriente en ese mismo instante.

-Sí… -dijo secamente
-¿Y cómo se llamaba el hijo? ¿cómo se llamaba?
-Se llamaba Matías.
Tragué saliva. Y ya no me hizo falta seguir escuchando todo lo que, más o menos, me suponía: que un día de hace un par de meses el nene no volvió de la escuela.
Al otro día apareció muerto en una calle, cerca de su casa.
Cerca de la villa.
En zona norte.
Y nadie sabía nada. 

jueves, 2 de septiembre de 1993

18


Un día después de haber llamado a la aseguradora para comunicarles dónde estaba el auto –y cinco días antes de cobrar mi cheque- recibí el llamado de Horacio Requeijo, director de siniestros de la compañía e íntimo amigo de mi difunto padre.
Horacio fue quien me contrató por primera vez.
Hacía tiempo que no trataba con él, pero escuchar su voz siempre me dibuja una sonrisa. Es un tipo con un particular manejo de la ironía. Siempre con una acidez disfrazada de simpatía. Y tiene una particularidad: cuanto más enojado está, más gracioso es.
En resumidas cuentas, la charla fue más o menos así:

-Escuchame, Morel… ¿así que vos encontraste ese “beeme” Z4 ese que estaba desaparecido?
-exacto…
-Ajá… pero mirá qué bien. Y decime una cosa… ¿vos lo viste al auto?
-No. No lo vi. Pero sé que está ahí.
-Claaaro… el señor sabe que está ahí. Seguro que se lo dijo un pajarito. Y nosotros, que trabajamos en una compañía de seguros porque somos unos flor de pelotudos… tenemos que confiar en eso.

Hubiera sido interesante decirle que no me lo había dicho un pajarito, sino un chico fantasma. Pero me dio la impresión de que la situación no estaba planteada para esa clase de verdades, por lo que preferí contraatacar.

-A ver… hasta donde yo sé, ustedes nunca cuestionaron mis datos. Siempre confiaron en mí, y hasta ahora nun...

-…Pará pará, Kojak –me frenó, con un tono que nunca le había escuchado- todavía no hicimos la denuncia, porque la casa donde vos decís que está el auto es de un Subcomisario de Quilmes. Así que mejor que me digas por qué creés que el auto está ahí… y quiero algo que sea creíble.

Hice un silencio demasiado largo. No tenía que pensar una respuesta, sino manejar los tiempos para crear un poco más de expectativas. No me pregunten por qué, pero estaba seguro que el auto estaba ahí.

-No te voy a decir cómo lo sé. Nunca te dije cómo sé las cosas, y no voy a empezar ahora. Pero te aviso:  si no presionás a un juez para que allanen esa casa, me debés dieciocho lucas verdes.

Cortó.
Y nunca me llamó para decirme que tenía razón.

Un día después me llamó su secretaria para informarme que el auto estaba ahí.

No hizo falta pedir un allanamiento. Requeijo habló con un  juez amigo que manejó todo por izquierda. No quería kilombos con la policía. Nadie quiere kilombos con la policía. La policía es el verdadero poder de este país. Más que la justicia, los medios. los legisladores y el presidente. En un país de ignorantes e imbéciles, el más vivo es el que tiene una 9mm en la cintura.
Finalmente, el juez arregló la devolución del auto sin mandar en cana a nadie. La compañía no levantó cargos. Por razones obvias, ellos menos que nadie pueden estar interesados en tener a la cana en contra.
Y todo estaba solucionado. Todo muy lindo. Todo muy fácil. Demasiado fácil.
Ya con la plata en el bolsillo, podría haber dado por terminado el asunto e irme de viaje. Como si no pasara nada. Como si yo hubiera descubierto todo sin ayuda y pudiera sentarme frente al mar con un habano en la boca.
Quise creerme que fue así.
Por eso traté de olvidar a Matías. No atendí más el teléfono. 
Ayer, salí de casa y  volví a la noche con un Catena Zapata 2002 bajo el brazo. 
Tres horas después me encontraba sentado en el living, disfrutando de uno de los pedos más caros de mi vida. Tendría que haber estado relajado. Tendría que haber disfrutado de mi triunfo. De mi gran momento.
Pero no podía. Me sentía como si no hubiera pagado la tarjeta. O incluso peor: me sentía como si tuviera una deuda enorme. E íntimamente, yo sabía cómo debía pagar esa deuda. Lo comencé a sospechar cuando supe quién era Matías. Todo me cerraba. No quería saber eso, pero ahora ya era tarde: estaba en medio de una historia trágica, sin poder disfrutar de un momento que en realidad, no era mío. 
Odiaba sentirme así. Me daba impotencia, rabia, ira. Y el vino ayudó a soltar esas sensaciones que hasta ese momento habían permanecido ocultas. Podría haber sido un Vasco Viejo. Un Termidor. Solamente pasaba por mi garganta apagando la rabia.  Y eso me daba aún más furia.
Al terminar la botella, me paré para abrir otra. Un simple Carrascal. Llené la copa y la terminé de tres tragos.  “Llamame ahora, hijo de puta.” Pensé en voz alta. Llamame.
Y grité más fuerte: “Llamame ahora pendejo de mierda, que no te tengo miedo”. En eso, escuché un ruido fuerte. Un golpe, que vino de la cocina.  No me importaba nada: fui corriendo hasta allá, esperando encontrarme a alguien. Pero no había nadie. Eso era lo tenebroso: que no había nadie, pero aún así, los vasos empezaron a temblar.  Las puertas de las alacenas comenzaron a abrirse y cerrarse de un golpe, rebotando y volviendo a abrirse. La puerta de la heladera, incluso, se abrió y se cerró con tanta fuerza, que escuché algunas botellas cayendo en su interior.
El TV se encendió. El volumen subía solo. Todo era una locura.
En el momento en que sonó el teléfono, todo el resto de los ruidos cesaron. El “ring” retumbó solitario, pausado, rítmico.
Atendí y descargué mi rabia por todo lo que estaba viendo. Apenas escuché el suave “hola” de Matías, perdí el control definitivamente:

-¡¡Qué querés, pendejo de mierda!! Qué querés de mi vida… dale, hablame hijo de puta. ¡QUÉ CARAJO QUERÉS QUE HAGA!

Y era raro. Porque yo sabía qué era lo que quería. Ya sospechaba lo que pasaba. No quería saberlo, pero sospechaba. Sólo necesitaba que él me lo dijera.
Lo sentí sollozar suavemente. Parecía aterrado. Parecía tener miedo.

-Señor… ¿mi mamá está ahí? Por favor,  dígale que  sin querer crucé la calle y ese auto me pisó.

Tiré el tubo, me senté y me largué a llorar.
Otra vez tuve razón Eso era lo que necesitaba escuchar. 

sábado, 12 de septiembre de 1992

19


La vieja seguía revisando la basura como si no hubiera escuchado mi pregunta. Con desinterés, desechaba casi todo lo que iba encontrando. Y –extrañamente- con el mismo desinterés revoleaba algún que otro objeto al carrito que tenía a su espalda. Siempre lo embocaba.
En la esquina, la esperaba un carro tirado por una mula sucia, vieja y raída, que apenas se mantenía en pie.
Hasta ese momento, la abuela de Matías me había respondido todo lo que yo le había preguntado. Con parquedad y brusquedad, pero me había respondido. Sin embargo… a la última pregunta…
Sabía que me había escuchado, pero preferí de todas formas mostrarme algo tonto y repetirla, aparentando cierta timidez:
-Disculpe, le preguntaba si su hija y su nieto también venían a cartonear con usted.

Mi pregunta quedó volando en el aire, como si la señora la hubiera escuchado ya varias veces, y estuviera harta de responderla.
Luego del incómodo silencio, respondió con otra pregunta:

- Y digame, ¿usted tiene familia?

La pregunta me tomó por sorpresa, debo confesarlo.
Pero decidí seguirle el juego, y abrirme un poco, para que ella confíe en mí. 

-No. Bah, en realidad tengo un hijo, pero vive en el sur, con la madre.

-Ahh… ¿y por qué se separó de la madre?

-Nunca me casé. Nunca estuve en pareja con ella. Siempre estuve solo. Me gusta andar solo.

-Y digo yo, ¿por qué no trata de ocuparse de su hijo, en lugar de andar jodiendo por lo que le pudo pasar a mi nieto?

Parca y rea como una mula. La vieja no quería mostrar ni un solo sentimiento. Nada de nada. Era tal cual me había comentado la dueña de mi departamento, cuando le dije que me pase el número de Isabel para que viniera a limpiar a mí casa: “mirá, si te atiende Isabel, vas a estar bien. Pero si te atiende la vieja… te jodiste”.
Claro: ella no sabía lo que yo sí sospechaba de Isabel, la mamá de Matías. Nadie parecía saberlo.
Mientras, la vieja seguía en su labor.  Sus manos parecían recubiertas por guantes de cuero ajados. Pero así era su piel. Su cara, curtida y arrugada, no demostraba una mínima expresión. Ni odio, ni rencor, ni nada. Simplemente parecía concentrada en dejar caer basura sobre su carrito. Pero por dentro, esa mujer era un volcán a punto de largar todo. Bronca, ira, resentimiento, llanto. Podía notar una caja de Pandora contenida dentro de su pecho.

-Escucheme: yo solamente quiero ayudarla. ¿Por qué no me cuenta sobre su hija de una vez? Yo me imagino lo que le pudo pasar, pero necesito que usted me lo cuente.

La vieja se frenó. Dejó de revolear cosas, y quedó en silencio. Sin siquiera girar para mirarme, dijo:

-¿Sabe por qué usted está solo? Porque es un imbécil. Porque usted seguro que es de los que anda por ahí haciéndose el duro. Y las mujeres se acercan porque les gusta ese perfil suyo: rebelde, corrosivo, autosuficiente, rudo –se dio vuelta para clavarme su mirada de penetrante-  pero cuando lo conocen, las minas se dan cuenta que era pura cáscara. Se dan cuenta que usted es flor de maricón. Y se van.

La vieja retomó su actividad y yo encendí un cigarrillo, para disimular un poco mi incomodidad. Hacía mucho tiempo que no me pasaba algo así. Aquella cartonera no sentía por mí ni el más mínimo respeto.
Decidí tocar un poco donde más podía dolerle, para que me dijera lo que yo necesitaba escuchar.

-¿Y usted? ¿Por qué no me cuenta por qué anda cartoneando sola?

La vieja miró al cielo, tiró una caja de zapatillas vacía que tenía en sus manos, y esta vez sí, se dio vuelta. Logré que me levantara el tono:

-¡Usted ya sabe por qué! Usted sabe todo desde que llegó acá. ¿qué quiere que le diga? ¿Qué más necesita saber?

-Su hija trabajaba haciendo limpieza durante el día y de noche salía con usted a cartonear, ¿no?

-No. Ella se quedaba por ahí, sola. Yo me llevaba al nene a cartonear conmigo…

Me quedé en silencio. Sabía que ella se iba a sentir obligada a hablar. Ella mantuvo la vista perdida, y continuó:

-Mientras yo levantaba cosas, el borrego jugaba en la esquina y me cuidaba el carro y el caballo. Un día, yo andaba por acá mismo, y el nene estaba jugando en la esquina.  De repente escuché una frenada, un golpe, un grito… y chau. Lo llamé al Matías, y no me contestó. Corrí para ver qué pasó, pero escuché una acelerada. El nene ya no estaba. No había nada. Al otro día el cuerpito apareció tirado en un charco en la loma del culo. Nadie vió al auto que lo pisó.

Para este momento hubiera sido mucho más marketinero decir que la vieja lloró a los gritos, o sollozó, o golpeó su cabeza contra el suelo. Pero nada. Habló como si hablara del tiempo, con su voz seca y ronca
Nada nuevo. Todo lo que me contaba era más o menos tal como yo me lo imaginaba. Ahora, sólo necesitaba saber una cosa más.
Como pude, mantuve el aplomo:

-¿Y su hija? ¿La mamá de Matías?
-Mi hija apareció muerta esa misma noche, en un corredor a unas cuadras de nuestra casilla. Dicen que se enteró lo del nene y se suicidó ahí mismo… Pero no sé quién le habrá ido con el cuento.

Esta mujer tenía el corazón tan curtido como sus manos.
Hice un largo silencio. Esto último no me lo esperaba. Todo lo que pasaba en mi casa no lo hacía Matías. Lo hacía Isabel. Isabel era la que escribió el nombre de Matías en el juego de la copa. Isabel me quería llevar a algún lado, y yo iba entendiendo hacia dónde.

La vieja volvió a trabajar, y como al pasar, comentó:

-Usted parece buena gente… ¿por qué no se deja de preguntar boludeces y se va a
 revolver mierda a otra parte?

Ella sabía –o sospechaba- algo que por alguna razón no me quería decir.
Le agradecí, le dejé 300 pesos en el carrito, y me alejé.
A los tres pasos, volví a sentir su voz, que me gritó:

-Oiga, dígame una cosa: la madre de su hijo, ¿es medio puta?

Me di vuelta, la miré. Y antes de responderle, me quedé pensando. 
Qué vieja bicha. Me estaba diciendo lo último que necesitaba saber.
Ahí caí en la cuenta de que todo esto era mucho más asqueroso de lo que yo creía. Era mucho más que un tipo que atropelló a un nene y se mandó a mudar.
Ya estaba listo para ir a ver al fiscal de la causa de Matías –si es que había algún fiscal- y resolver todo esto de una puta vez.
Esa noche volví a casa, y las sorpresas siguieron.