viernes, 28 de enero de 2011

Capítulo 8


Hace un tiempo que no me enamoro. Y mucho más hace que alguien no se enamora de mí. 
Por eso, no recuerdo cuándo fue la última vez que recibí una carta escrita de puño y letra. Creo que nunca. Sólo una vez, una notable escritora con la que mantuve una relación, me dedicó varios cuentos y poemas. Aún hoy –cuando las defensas me bajan lo suficiente- los busco en Internet para leerlos y subir mi autoestima.
Por eso digo… hace mucho que no recibo una carta manuscrita.
Hoy recibí una.
Sorpresivamente, alguien quiere hablar conmigo. 
Justo ahora, que estaba pensando seriamente en dar por terminado el caso. Es muy difícil resolver algo cuando nadie quiere contártelo. Es obvio que aquí hay una confabulación tan grande como el pueblo. Y particularmente, incluso puedo sospechar qué es lo que se está escondiendo. Puedo sospechar qué pasó con Renzo... y en verdad hasta sospecho la verdadera identidad del padre abandónico de Renzo.

Es raro. Porque aquí nadie parece querer acercarse a mí. Incluso, aún sigo recordando las palabras de temor de mi amigo Viejex, cada vez que la señora del hotel me saluda por mi nombre. 
Es lo único que me dice, junto con una mirada de zorra astuta y maliciosa:
Bongiorno, Morel.
Buonasera, Morel.
Buonanotte, Morel.
Fucking, vieja puta.

La carta que recibí no era de amor. En lo más mínimo. Pero tenía algo llamativo: estaba escrito en un mal español. Y decía:

“Se algo que pueda usted querer saber de Renzo Viggiatore. Jueves a la noche 8.55, en la cementerio, tumba 44”.

Tumba 44. ¿Sería la tumba de Renzo?

sábado, 22 de enero de 2011

Capítulo 7

La hostería en que paso mis días, aquí en Scala Coeli, tiene la tristeza impregnada en el empapelado de las paredes. Es un lugar oscuro, húmedo, vacío. Repleto de fotos de antiquísimos pobladores del lugar. Seguramente, retratos de viejos familiares.
Si los fantasmas existieran –y ustedes saben que yo comprobé que existen- este lugar estaría repleto de ellos.
Aún no sentí la presencia de ninguno.
Ayer, cuando salía de mi cuarto, me crucé en el pasillo con la empleada de limpieza. Inesperadamente, me preguntó qué tal iba todo. Traté de aprovechar su interés, para mentir mi simpatía y mantener una conversació. Pero ella, muy seca, me respondió: “sólo le pregunté cómo iba todo, nada más”.
Me quedé mirándola, pero ni siquiera levantó la vista.
Mientras me iba, dije en español: “yo que vos cuidaría las respuestas”.
Y me recorrió un escalofrío cuando ella, con su voz gutural y seca, respondió por lo bajo: “e al tuo posto io sono fuori di qui” (y yo que vos me iría de aquí).




Continuación, Jueves 27

miércoles, 19 de enero de 2011

Capítulo 6


Decidí buscar respuestas fuera del pueblo. Salí por los alrededores, haciéndome pasar por un turista que perdió el micro. Logré buena comunicación con algunas personas: un viejo que vivía solo en un parador… una maestra rural… un campesino de olivos… todos me ayudaban, todos me miraban con simpatía. “Argentina, Maradona… sbuffo… drogato”. Simpáticos los boludos.
Pero inesperadamente, toda esa simpatía desaparecía en cuanto se me ocurría preguntar por un viejo amigo de la zona, de apellido Vigliatore. Literalmente, cambiaban la expresión, la cara, la actitud. Algunos miraban hacia otro lado. Otros ni siquiera me respondían, y los menos se hacían los desentendidos, y secamente respondían que nunca habían escuchado ese apellido en la zona. 
Inmediatamente, dejaban de hablarme, y me hacían el mismo vacío que la gente del pueblo. Un vacío rencoroso. 
Como si yo no existiera.
Ya a esta altura, comencé a tener la certeza de que todo el pueblo estaba confabulado para ocultar lo que le había ocurrido al padre de mi cliente. Como si hubiera un pacto de silencio sobre Viggiatore. Si me preguntan hoy a mí, sospecho que lo mataron de algún modo. Quizás, un accidente. Quizás una pelea callejera.


Son raros estos tanos. 


(Próx. Actualización, Sábado 22)