Hace un tiempo que no me enamoro. Y mucho más hace que alguien no se enamora de mí.
Por eso, no recuerdo cuándo fue la última vez que recibí una carta escrita de puño y letra. Creo que nunca. Sólo una vez, una notable escritora con la que mantuve una relación, me dedicó varios cuentos y poemas. Aún hoy –cuando las defensas me bajan lo suficiente- los busco en Internet para leerlos y subir mi autoestima.
Por eso digo… hace mucho que no recibo una carta manuscrita.
Hoy recibí una.
Sorpresivamente, alguien quiere hablar conmigo.
Justo ahora, que estaba pensando seriamente en dar por terminado el caso. Es muy difícil resolver algo cuando nadie quiere contártelo. Es obvio que aquí hay una confabulación tan grande como el pueblo. Y particularmente, incluso puedo sospechar qué es lo que se está escondiendo. Puedo sospechar qué pasó con Renzo... y en verdad hasta sospecho la verdadera identidad del padre abandónico de Renzo.
Es raro. Porque aquí nadie parece querer acercarse a mí. Incluso, aún sigo recordando las palabras de temor de mi amigo Viejex, cada vez que la señora del hotel me saluda por mi nombre.
Es lo único que me dice, junto con una mirada de zorra astuta y maliciosa:
Bongiorno, Morel.
Buonasera, Morel.
Buonanotte, Morel.
Fucking, vieja puta.
La carta que recibí no era de amor. En lo más mínimo. Pero tenía algo llamativo: estaba escrito en un mal español. Y decía:
“Se algo que pueda usted querer saber de Renzo Viggiatore. Jueves a la noche 8.55, en la cementerio, tumba 44”.
Tumba 44. ¿Sería la tumba de Renzo?