martes, 18 de julio de 2006

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El sábado tipo 4 de la mañana volví a estar en la calle. Ella me dijo que el marido no volvía hasta las 6. Pero yo no quise tentar al destino.
Qué ingrata es la vida para los trabajadores nocturnos.

La calle era un cubito. No quiero ser reiterativo. Habrán escuchado esta frase mil veces esta última semana. Pero créanme que tengo razones para repetirla una vez más:
Qué frío que hacía, la puta madre.
Caminé dos cuadras hasta el auto y llegué tiritando, literalmente hablando.

Diez minutos después estaba en mi casa. Como hago últimamente, miré cada detalle de la cocina para ver si algo había cambiado de lugar. Fui al lavadero y prendí la calefacción. Abrí la heladera y tomé agua de la botella. Fui al baño para mear. Aparentemente todo estaba bien. Pero cuando entré a mi cuarto, la almohada estaba en el piso.

Prendí la tele y me quedé fumando un cigarrillo en la cama hasta que amaneció. Recién ahí me dormí.