jueves, 6 de agosto de 1998

13

Del lunes hasta ayer, deben haber escuchado mil veces decir “qué frío que hace”.
Pero, el verdadero frío, se siente en la madrugada. A las 4:10 de la mañana, salir a caminar por la calle México es como ir de compras por un shopping con paredes de hielo.
Y sé por qué se los digo.
Me alejé lo suficiente de mi casa, sin rumbo definido. A medio camino de la nada, decidí ir al único lugar del barrio en el que podía encontrar a una persona de carne y hueso. Una persona real. Necesitaba ver a alguien… aunque fuera ese pendejo insulso que atiende el maxikiosco 24 horas.
Compré un atado de Camel 10 y una cajita de Fragata.
Recién con el cuarto fósforo logré encender un cigarrillo. Seguramente fue por falta de práctica. Llevaba más de ocho años y medio sin fumar. Di una pitada larguísima, hasta sentir mareo en la vista y frío en las venas.
Sólo luego de humillarme ante el tabaco, pude recomponer la cabeza y repasar el diálogo que tuve con Matías.
Era una voz de un nene angustiado, asustado. También llegué a escuchar un tren de fondo.
“¿No está mi mamá? Bueno… cuando llegue, decile que me pasó algo… y que estoy perdido. Decile que venga a buscarme, que tengo miedo ¿sí?”

Me despabilé completamente con esas frases, y creo que el alma de curioso le ganó al miedo:
-Bueno… yo le digo. ¿Por dónde estás vos, Matías…?
-Estoy volviendo de la escuela… pero pasó algo… y me perdí.

Le repregunté varias cosas, pero ya no se escuchó nada más.

Un nene, o algo parecido a un nene, está perdido en la madrugada.
Dios sabe en qué lugar.
Y yo acá, llenándome de humo el cerebro, y sin saber por dónde empezar a buscarlo.