jueves, 16 de diciembre de 2010

Capítulo 5

Ayer me levanté sintiéndome en una película de terror.
Podrán decir que estoy paranoico, o que no comprendo la vida de los pueblos... pero hace semanas que estoy aquí, y la gente se la pasa mirándome. Los escucho comentar cosas a mis espaldas, sin ningún tipo de disimulo. E, incluso, me responden con evasivas a cada una de mis preguntas. La mayoría dice no entenderme bien.
No es una novedad que no soy bienvenido. Nunca lo fui.
Intenté explicar para qué vine, intenté sincerarme... hasta pagué varias rondas de grappa en el bar, intentando aflojarle la lengua a algún paisano, sin éxito. Siempre me dejan hablando solo, como si fuera un fantasma
El vacío es total.
Sólo una vez logré intercambiar unas palabras con un parroquiano que había llegado al pueblo luego de trabajar toda la temporada en el campo. Antonio era su nombre. El tipo se acercó a la barra, me saludó, y me dio charla. Hablamos del trabajo en el campo, de Italia, de Argentina, del mundial, de la siembra... del pueblo, de las familias, de los vivos, de los muertos...
Noté que el resto de los pocos clientes del bar nos miraba de reojo. Incluso el dueño,  no nos quitaba la vista de encima mientras secaba los vasos con un repasador.
Cuando la charla avanzó al terreno que yo pretendía, el dueño tiró el repasador a un costado y llamó a Antonio a la otra punta de la barra. Le dijo algo casi al oído, sin dejar de mover las manos.
Cuando Antonio volvió, simplemente me palmeó la espalda excusándose, dejó un billete y salió.

Lo volví a ver en otras ocasiones, pero actuó como si no me conociera. Y no volvió a dirigirme la palabra.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Capítulo 4

Voy a obviar todo lo que tenga que ver con el viaje. Voy a obviar que días antes de salir, Lola me dijo que quería que tomemos un poco de distancia de nuestra relación -algo que en mi idioma significa "conocí a otro tipo y no quiero tener ningún compromiso que me impida volteármelo".
Voy a obviar que viajé en Alitalia, me senté junto a una italiana cuarentona muy bonita. Voy a obviar que hablé todo el viaje con ella, y me enteré  viajaba a su país para pasar las fiestas con su padre enfermo. Voy a obviar que  la señora me besó, me dió su celular, y me contó que vive en Argentina y está casada con un uruguayo medio viejito. O mejor dicho, al revés: me contó que vive en Argentina con un uruguayo viejito, le pedí su celular y la besé.
Voy a obviar que iba a pasar la noche en un hostel del Foro Olímpico, pero terminé cenando y durmiendo en la casa que esta señora -de nombre Renata- que me dejó más que saciado.
Y definitivamente, voy a obviar todo lo que viví con ella durante casi dos semanas. En eso sí, seré absolutamente discreto.

Primero, estuve alejado, en medio de trámites, pasaporte y preparativos para iniciar este viaje. Luego, estuve alejado porque pasé dos semanas con Renata, conociendo Italia y mucho más.
Mi investigación se retrasó un poco. Y seguramente me vea obligado a pasar la navidad y el año nuevo aquí. Pero valió la pena. De todos modos, no tenía con quién pasarla en mi país.
Llegué a Scala Coeli ayer. Es un pueblo que se cae a pedazos.
Pueden googlearlo si quieren.
En las fotos que encuentren, descubrirán que nadie exageró al describirlo: este lugar debe estar exactamente igual que hace cien, doscientos o hasta trescientos años.
Las casas son viejas, las calles son viejas, la gente es vieja.
La descripción era tal cual habían dicho.
Viajé en auto con Renata por media Italia, y el viaje concluyó en la entrada de  del pueblo. Me dejó allí, y nos despedimos con la promesa de que pasaría unos días en Sicilia y volvería a visitarme. La vi alejarse y subí la colina. En el camino, recordé algo que me había dicho Renata sobre el pueblo: el nombre "Scala Coeli"  proviene de un antiguo dialecto italiano, y su  significado es "Escalera al Cielo". Un excelente nombre: la subida me dejó con la lengua afuera, literalmente hablando.
Caminé con mi mochila al hombro por el pueblo. La gente no disimulaba su incomodidad al verme. Los chicos dejaban de jugar a la pelota para verme pasar. Las señoras se asomaban por las ventanas. Muchas viudas vestidas de negro. Muchos hombres con bigotes gruesos y aspecto campesino. Y muy pocas personas jóvenes. Crucé por las calles de piedra recibiendo las miradas de uno y otro lado

Todo lo que veía me resultaba familiar. Todo.

Llegué al hotel. Al hotel-residencial-casa familiar de la familia Scarpato. La señora Anna me tomó los datos. La descripción era muy parecida a la que daba Miguel en su cuento. Era tal cual me la imaginaba.

La señora Anna me tomó los datos.
Y allí descubrí que en ese lugar pasa algo raro:
La señora comenzó a escribir mi apellido antes de que yo se lo dijera.