domingo, 18 de agosto de 1996

15

A pesar de ser española, mi vecina Lola es una chica bastate silenciosa.
Quizás demasiado.
Tanto, que aquella madrugada en que volví a mi PH luego de salir a fumar, recién noté su presencia al colocar la llave en la cerradura. Al verme exaltado se disculpó y me pidió ayuda, ya que se había roto la llave de su casa.
Lola es casi un pecado. Vino al país de vacaciones, pero algo –o alguien- la hizo anclar en Boedo. Siempre sospeché que escapaba de algo. Supongo que nunca puedo dejar de sospechar de la gente. Sin embargo, su tonada española, sus piernas eternas y sus treintilargos tan bien llevados, me obligan a confiar en ella.
Sin ánimos de aburrir con historias vagas, debo decirles que la invité a pasar para esperar al cerrajero. Tomamos algo de vino. Tomamos mucho vino. Nos sentamos en el piso entre almohadones. Horas después descubrí que no era tan silenciosa como parecía. Todo lo contrario. Si Lola fuese una enfermedad mortal, seguramente yo recorrería cientos de médicos hasta dar con aquel que me dijera: “no se preocupe, usted no tiene nada grave”. Incluso después de la llegada del cerrajero, Lola prefirió quedarse a dormir en mi cama. Y allí se quedó hasta que me fui.

Mientras manejaba mi auto rumbo al barrio de la "víctima-victimario" del robo, fui armando todo el rompecabezas mentalmente. No tenía demasiado tiempo: en dos días tenía que  darle un dato verosímil a la compañía de seguros y lo único que tenía eran sospechas y ni una prueba.
No había dudas que el asunto era más o menos así: el tipo hizo desaparecer el auto para cobrar el seguro. El comisario le tomó la denuncia… y seguramente también frenó la investigación y lo ayudó a esconder el BMW. Todo eso era tan claro como un amanecer en la playa. 
Ahora, ¿para qué quería hacerlo desaparecer? ¿por qué no lo vendió?
Capaz necesitaba el dinero urgente. O el auto tenía papeles truchos. O le cayó granizo. O lo chocó. O se lo molieron a palos… o sea, capaz le pasó algo que el seguro no le cubría.

En eso estaba pensando cuando sonó el celular
Atendí sin dejar de manejar. Era la voz dulce y salamera de Lola.

-Hola guapo… disculpa, es que mientras dormía ha sonado el teléfono varias veces aquí y, pues nada… pensé que sería importante y decidí atender… resultó ser un crío que preguntaba por su madre... –y con gracia comentó- no es que me meta, pero… ¿en qué andas tú?

-¿Dijo algo más? ¿te dijo dónde estaba?

-Pues… algo así. Me ha dicho que fueran a buscarlo, que estaba perdido y no conocía las calles. Le pregunté si no había gente por allí... me dijo que no. Si había algún cartel o algo... y dijo que había un Mc Donalds... y un negocio que se llama Isabel, como su mamá.

-…

-Ah… y  algo más. No entendí bien a qué se refería, pero me dijo que el auto está ahí.

Casi clavo el freno en medio de la Panamericana. Traté de mantener la calma, y me corrí hacia un costado poniendo las balizas.