sábado, 12 de septiembre de 1992

19


La vieja seguía revisando la basura como si no hubiera escuchado mi pregunta. Con desinterés, desechaba casi todo lo que iba encontrando. Y –extrañamente- con el mismo desinterés revoleaba algún que otro objeto al carrito que tenía a su espalda. Siempre lo embocaba.
En la esquina, la esperaba un carro tirado por una mula sucia, vieja y raída, que apenas se mantenía en pie.
Hasta ese momento, la abuela de Matías me había respondido todo lo que yo le había preguntado. Con parquedad y brusquedad, pero me había respondido. Sin embargo… a la última pregunta…
Sabía que me había escuchado, pero preferí de todas formas mostrarme algo tonto y repetirla, aparentando cierta timidez:
-Disculpe, le preguntaba si su hija y su nieto también venían a cartonear con usted.

Mi pregunta quedó volando en el aire, como si la señora la hubiera escuchado ya varias veces, y estuviera harta de responderla.
Luego del incómodo silencio, respondió con otra pregunta:

- Y digame, ¿usted tiene familia?

La pregunta me tomó por sorpresa, debo confesarlo.
Pero decidí seguirle el juego, y abrirme un poco, para que ella confíe en mí. 

-No. Bah, en realidad tengo un hijo, pero vive en el sur, con la madre.

-Ahh… ¿y por qué se separó de la madre?

-Nunca me casé. Nunca estuve en pareja con ella. Siempre estuve solo. Me gusta andar solo.

-Y digo yo, ¿por qué no trata de ocuparse de su hijo, en lugar de andar jodiendo por lo que le pudo pasar a mi nieto?

Parca y rea como una mula. La vieja no quería mostrar ni un solo sentimiento. Nada de nada. Era tal cual me había comentado la dueña de mi departamento, cuando le dije que me pase el número de Isabel para que viniera a limpiar a mí casa: “mirá, si te atiende Isabel, vas a estar bien. Pero si te atiende la vieja… te jodiste”.
Claro: ella no sabía lo que yo sí sospechaba de Isabel, la mamá de Matías. Nadie parecía saberlo.
Mientras, la vieja seguía en su labor.  Sus manos parecían recubiertas por guantes de cuero ajados. Pero así era su piel. Su cara, curtida y arrugada, no demostraba una mínima expresión. Ni odio, ni rencor, ni nada. Simplemente parecía concentrada en dejar caer basura sobre su carrito. Pero por dentro, esa mujer era un volcán a punto de largar todo. Bronca, ira, resentimiento, llanto. Podía notar una caja de Pandora contenida dentro de su pecho.

-Escucheme: yo solamente quiero ayudarla. ¿Por qué no me cuenta sobre su hija de una vez? Yo me imagino lo que le pudo pasar, pero necesito que usted me lo cuente.

La vieja se frenó. Dejó de revolear cosas, y quedó en silencio. Sin siquiera girar para mirarme, dijo:

-¿Sabe por qué usted está solo? Porque es un imbécil. Porque usted seguro que es de los que anda por ahí haciéndose el duro. Y las mujeres se acercan porque les gusta ese perfil suyo: rebelde, corrosivo, autosuficiente, rudo –se dio vuelta para clavarme su mirada de penetrante-  pero cuando lo conocen, las minas se dan cuenta que era pura cáscara. Se dan cuenta que usted es flor de maricón. Y se van.

La vieja retomó su actividad y yo encendí un cigarrillo, para disimular un poco mi incomodidad. Hacía mucho tiempo que no me pasaba algo así. Aquella cartonera no sentía por mí ni el más mínimo respeto.
Decidí tocar un poco donde más podía dolerle, para que me dijera lo que yo necesitaba escuchar.

-¿Y usted? ¿Por qué no me cuenta por qué anda cartoneando sola?

La vieja miró al cielo, tiró una caja de zapatillas vacía que tenía en sus manos, y esta vez sí, se dio vuelta. Logré que me levantara el tono:

-¡Usted ya sabe por qué! Usted sabe todo desde que llegó acá. ¿qué quiere que le diga? ¿Qué más necesita saber?

-Su hija trabajaba haciendo limpieza durante el día y de noche salía con usted a cartonear, ¿no?

-No. Ella se quedaba por ahí, sola. Yo me llevaba al nene a cartonear conmigo…

Me quedé en silencio. Sabía que ella se iba a sentir obligada a hablar. Ella mantuvo la vista perdida, y continuó:

-Mientras yo levantaba cosas, el borrego jugaba en la esquina y me cuidaba el carro y el caballo. Un día, yo andaba por acá mismo, y el nene estaba jugando en la esquina.  De repente escuché una frenada, un golpe, un grito… y chau. Lo llamé al Matías, y no me contestó. Corrí para ver qué pasó, pero escuché una acelerada. El nene ya no estaba. No había nada. Al otro día el cuerpito apareció tirado en un charco en la loma del culo. Nadie vió al auto que lo pisó.

Para este momento hubiera sido mucho más marketinero decir que la vieja lloró a los gritos, o sollozó, o golpeó su cabeza contra el suelo. Pero nada. Habló como si hablara del tiempo, con su voz seca y ronca
Nada nuevo. Todo lo que me contaba era más o menos tal como yo me lo imaginaba. Ahora, sólo necesitaba saber una cosa más.
Como pude, mantuve el aplomo:

-¿Y su hija? ¿La mamá de Matías?
-Mi hija apareció muerta esa misma noche, en un corredor a unas cuadras de nuestra casilla. Dicen que se enteró lo del nene y se suicidó ahí mismo… Pero no sé quién le habrá ido con el cuento.

Esta mujer tenía el corazón tan curtido como sus manos.
Hice un largo silencio. Esto último no me lo esperaba. Todo lo que pasaba en mi casa no lo hacía Matías. Lo hacía Isabel. Isabel era la que escribió el nombre de Matías en el juego de la copa. Isabel me quería llevar a algún lado, y yo iba entendiendo hacia dónde.

La vieja volvió a trabajar, y como al pasar, comentó:

-Usted parece buena gente… ¿por qué no se deja de preguntar boludeces y se va a
 revolver mierda a otra parte?

Ella sabía –o sospechaba- algo que por alguna razón no me quería decir.
Le agradecí, le dejé 300 pesos en el carrito, y me alejé.
A los tres pasos, volví a sentir su voz, que me gritó:

-Oiga, dígame una cosa: la madre de su hijo, ¿es medio puta?

Me di vuelta, la miré. Y antes de responderle, me quedé pensando. 
Qué vieja bicha. Me estaba diciendo lo último que necesitaba saber.
Ahí caí en la cuenta de que todo esto era mucho más asqueroso de lo que yo creía. Era mucho más que un tipo que atropelló a un nene y se mandó a mudar.
Ya estaba listo para ir a ver al fiscal de la causa de Matías –si es que había algún fiscal- y resolver todo esto de una puta vez.
Esa noche volví a casa, y las sorpresas siguieron.

10 comentarios:

Unknown dijo...

Que placer servirse y café y sentarse a leerlo..

NINA dijo...

Yo no pude ir a buscar café...
Debería haberlo hecho antes de sentarme a leer.

Wow.

No puedo dejar de pensar boludeces enredantes...

Espero ansiosa el 20

Viejex dijo...

Eu tiene razón, pero cambiaría el café por un whisky. El próximo artículo trataré de contenerme y leerlo en casa...

Cybeles dijo...

Ups! Si que se puso rebuscado el asunto... ¿hacia dónde se dirigirá ahora? Lo sigo... besos

Wonder dijo...

No creo q Ud necesite que yo (justo yo) le diga q cada día está más interesante esta historia.
Está bien ubicado en el lugar del narrador. Punto caramelo.
Un placer seguir leyéndolo.
Saludos.

Maga h dijo...

Ajà!... Me ha gustado esto de cambiar el encuadre o el marco para escribir otra cosa.
Buena sorpresa, poco olfato`el mio, jamàs lo hubiera descubierto.

Sigo siguièndolo!

Anónimo dijo...

La cantidad de desenlaces y nudos y cosas que se me van ocurriendo cada vez que leo un capítulo... se me desmoronan al siguiente. Así que le ruego que esta vez no se atrase con la entrega!

Mona Loca dijo...

Bien, bien, lo sigo.

MONDO FRANKO dijo...

Lo lei de pe a pa sin mover el culo de la silla. Y después volví a leer algunos capítulos anteriores a ver si podría descubrir yo algo por mi cuenta. Finalmente me relajé y gocé y espero el 20, Pulgar para arriba colega.

miralunas dijo...

impecable, Morel.

vengo siguiendo las miguitas y señales sin respirar.

ya llego al VEINTE y no quiero pensar que voy a tener que esperar!