Decidí buscar respuestas fuera del pueblo. Salí por los alrededores, haciéndome pasar por un turista que perdió el micro. Logré buena comunicación con algunas personas: un viejo que vivía solo en un parador… una maestra rural… un campesino de olivos… todos me ayudaban, todos me miraban con simpatía. “Argentina, Maradona… sbuffo… drogato”. Simpáticos los boludos.
Pero inesperadamente, toda esa simpatía desaparecía en cuanto se me ocurría preguntar por un viejo amigo de la zona, de apellido Vigliatore. Literalmente, cambiaban la expresión, la cara, la actitud. Algunos miraban hacia otro lado. Otros ni siquiera me respondían, y los menos se hacían los desentendidos, y secamente respondían que nunca habían escuchado ese apellido en la zona.
Inmediatamente, dejaban de hablarme, y me hacían el mismo vacío que la gente del pueblo. Un vacío rencoroso.
Como si yo no existiera.
Ya a esta altura, comencé a tener la certeza de que todo el pueblo estaba confabulado para ocultar lo que le había ocurrido al padre de mi cliente. Como si hubiera un pacto de silencio sobre Viggiatore. Si me preguntan hoy a mí, sospecho que lo mataron de algún modo. Quizás, un accidente. Quizás una pelea callejera.
Son raros estos tanos.
(Próx. Actualización, Sábado 22)
4 comentarios:
Es rara la gente, don Morel. Estaré ansiosamente esperando la continuación del relato. Abrazo.
Chas chas, Morel.
Para mi que lo mataron y se lo comieron como en Tomates Verdes Fritos...
Espero al 22, mientras tanto coma solo comida envasada y cuando compre agua mineral fijese que sea usted el primero que la abre.
I Wait
ay! la puta cotidianeidad me distrajo por un momento de su historia, Morel, pero ya le cobré las cuentas.
usté logra enredarme en sus letras!
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